Jaime, 27 de octubre de 2003, 11:26:30 CET

Terrorismo digital


(Dos hombres sentados cara a cara en una vieja mesa de madera. José, con una mano vendada; el vendaje está sucio y ensangrentado. Le falta un dedo. Un agente, uniformado y pulcro. La única luz es una lámpara anticuada que está entre ambos. En la mesa hay una grabadora con un micro que señala a José.) AGENTE: A ver si le entiendo... Usted decidió cortarse el meñique de la mano izquierda. JOSÉ: Exacto. A: Porque le apetecía. J: Sí, quería experimentar el dolor que siente uno al cortarse un dedo. A: Y para que no se lo volvieran a coser... J: Lo pasé por la batidora. Junto a unos tomates, rodajas de pepino y ajo. Lo colé, lo puse en el microondas tres minutos y me lo tomé. Acompañado con pan y una copita de vino tinto. (El agente vuelve su cara con gesto de disgusto.) J: Sabía como una crema de, no sé, pollo. (El agente mira al suelo y suelta un gemido de desaprobación y asco al mismo tiempo.) A: (Vuelve a mirar a José con el ceño fruncido.) ¿Pero no se da cuenta de que lo que ha hecho es una barbaridad? J: ¿Una barbaridad? ¿Por qué? A: Es una animalada. J: Quizás. Pero es mi dedo. Lo que haga con él es cosa mía. A: ¿Su dedo? Usted es un egoísta. J: No le entiendo. A: Todo su cuerpo forma parte de la sociedad y ha de servirla convenientemente. ¿No comprende que si le falta un dedo no puede rendir al cien por cien? Si aún hubiera sido un accidente, se le podría perdonar, pero en estas circunstancias... J: ¿En estas circunstancias? A: Esto es un clarísimo atentado económico. Su juego, su experimento, trae inexcusables perjuicios a la sociedad. (Ahora es José quien baja la mirada, avergonzado.) Ahora habrá que curarle, tendrá que estar un tiempo de baja, sin producir, y después ya veremos si su rendimiento seguirá al mismo nivel... ¿Cuál es su profesión? J: Trabajo en una oficina. A: ¿Y ha de teclear? ¿Usa un ordenador? J: Sí. A: Ya ve a lo que me refiero. J: (Alza de nuevo la cabeza.) Pero no necesito el meñique izquierdo. A: ¿No? Piense. ¿Con qué dedo teclea el shift, la tecla de la flechita? (José calla.) A: ¿Lo ve? Lo siento, pero habrá que presentar cargos. Necesitará un abogado. Discúlpeme un minuto. (El agente se levanta y sale de la habitación. José se queda solo. Mira a su alrededor. Toca el micrófono. Se mira la mano. Entonces se mete la mano derecha en el bolsillo, de donde saca una pequeña navaja. La abre. Pone la mano izquierda sobre la mesa y coloca la hoja de la navaja sobre el anular. En ese momento, el agente entra corriendo y agarra de los brazos a José. Consigue quitarle el arma. El agente la cierra y se la guarda en el bolsillo. Se queda de pie, enfrente suyo.) A: ¿Qué diablos está haciendo? J: ¡Es mi dedo! A: No, no es su dedo. No todo son derechos, las personas también tenemos responsabilidades. Y hay unas leyes que cumplir. J: Pero es mío. A: ¿Cómo ha conseguido esconder esta navaja? J: No ha sido difícil. A: ¿Por qué iba a hacerlo otra vez? Vamos, conteste, ¿por qué? (José calla unos segundos, sin poder aguantarle la mirada al agente.) J: Cuando me corté el meñique, lo hice sólo por probar. A: Sí. Es lo que ha dicho. J: Bueno, pues me gustó. A: ¿Cómo? J: ¡Que me gustó! Fue agradable. Y quiero repetirlo. A: ¿El qué? ¿Cortarse un dedo? ¿Hacerse un consomé? ¿Eso fue agradable? Usted está mal de la cabeza. J: No sé cómo explicarlo. El dolor me hace sentirme bien, más fuerte. No todo el mundo es capaz de renunciar así como así a algo tan propio como un dedo. A: Pero bueno, ¿qué se ha creído? ¿Que puede ir por ahí cortándose sus dedos? ¿Sólo porque le gusta? J: ¡Son mis dedos! A: ¿Y piensa cortárselos todos? J: ¿Y cuál es el problema, si eso es lo que quiero? A: Sólo tiene diez, se lo recuerdo. J: Seguiré con los de los pies. A: ¡Está loco, no puede hacer eso! J: ¿Por qué no? ¡Son míos! A: Pero usted tiene que producir, tiene que trabajar, el Estado no puede mantener a sonados como usted. J: En la sociedad hay mancos y cojos y ciegos... A: Pero no por voluntad propia, maldita sea; no puede ser una carga para el erario público sólo porque le dé la real gana. Tiene que pensar en su país. A veces hay que renunciar a los deseos, a los gustos, a las aficiones por nuestra patria. Hay que trabajar, piense que podríamos entrar en el G-8. ¡Y usted no puede ser una rémora para nuestro Producto Interior Bruto! J: ¡Puedo trabajar sin dedos! A: Ah, sí, ¿de qué? ¿De pianista? J: De profesor de gimnasia. (El agente se calla un momento. Vuelve a sentarse en su silla.) A: Lo tiene todo pensado, ¿verdad? (En lugar de contestar, José mira al suelo.) Pero no es tan fácil. ¿Y los gastos médicos? ¿Y las manos ortopédicas? J: (Levanta la cabeza con cierto orgullo.) Yo asumiré ese gasto. A: Gasto que los ciudadanos responsables han de dedicar al consumo, para sostener la economía. Y hay industrias más importantes que la ortopedia. ¡Le recuerdo que estamos intentando salir de una crisis económica! J: Me da igual, yo haré lo que me dé la gana. A: No tiene ningún derecho, no lo consentiré. J: Usted no es quién para consentir nada. No puede vigilarme las veinticuatro horas del día, ¿sabe? A: Sí, sí que puedo. Al lo menos, lo intentaré. J: (Mira otra vez al suelo. Se encoge un poco y gira el cuerpo a su derecha. Habla en voz más baja, sin que le importe si el agente le oye o no.) Son mis dedos. A: Usted me da asco. (El agente apaga la grabadora y saca la cinta. Sale de la habitación.) J: Son mis dedos. (Se apaga la luz.)


 
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