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abril |
Alberdi contra Caldera
Por supuesto, me ha parecido muy feo que expulsaran a Cristina Alberdi de la dirección de la Federación Socialista Madrileña simplemente por discrepar. Y más cuando el PSOE ha criticado con toda justicia al Partido Popular por parecer un monolito sin grietas, una secta, un ejército en el que el general ordena y los soldaditos rasos contestan amén. Creo que ha sido un error tratar a la diputada madrileña casi como a una delincuente, incluso teniendo en cuenta, como recordaba El Mundo hace un par de días, que la Alberdi que ahora pide responsabilidades es la misma se quedó bien calladita hace unos años, cuando fue ministra de un gobierno que tuvo mucho que ver (y tanto) con los Gal. Sí, todo eso es malo. Pero lo peor del caso es que las comparaciones son odiosas. Me explico. Alberdi ha soltado cuatro tonterías con las que muchos podrán estar de acuerdo, pero que no dejan de ser cuatro chorradas muy mal argumentadas. Si la hubieran dejado hablar sin prestarle mayor atención, la ex ministra hubiera quedado como una persona algo limitada que intentaba explicarse sin mucho éxito y llegando a duras penas a la coherencia a la hora de pedir dimisiones por lo ocurrido en la Asamblea de Madrid. Pero salta Jesús Caldera y "la dice" (sic, sic y mil veces sic) que se largue. Y entonces uno compara a la no especialmente brillante Alberdi con el voceras en cuestión y, como es natural, la señora ya cobra la imagen de una política de envergadura, de una estadista independiente, de una nueva Kennedy, casi. A ojos de cualquiera, claro, y no sólo de la prensa de derechas, que la está prácticamente beatificando. Santa Cristina Alberdi, Mártir por la Libertad de Expresión. Y es que lo peor del Psoe no es su candidato (que es casi bueno) ni que Ibarra y Maragall tengan ideas diferentes acerca de eso tan manido a lo que se llama "la vertebración de España" (cosa que es aún mejor). Lo peor es ese dúo dinámico que Zapatero ha escogido como escuderos: José Blanco y el propio Caldera, un par de patanes que cuando abren la boca provocan vergüenza ajena y ganas de comparar, con lo odiosas que son las comparaciones. Odiosas para ellos dos, quiero decir. El caso es que las meteduras de pata de Caldera y de Blanco pueden evitar una de las pocas cosas divertidas que se preveían en el politiqueo del país para estos próximos meses llenos de elecciones. Y es que yo contaba con que el Partido Popular ganaría (otra cosa no parece muy probable), pero sin alcanzar la mayoría absoluta. El escenario me gustaba no sólo porque las mayorías absolutas le sientan bien a cualquier gobierno y mal a cualquier gobernado, sino porque la insuficiente mayoría les obligaría a pactar (como siempre) con Convergència i Unió, quienes, como condición para otorgar sus votos, impondrían la aceptación de un nuevo, consensuado e inofensivo pero hiriente estatuto catalán. Y el Partido Popular, también como siempre, tragaría sin dejar de sonreír. ¿Y por qué considero que esto sería divertido? Pues, más que nada, por ver la cara de higo enfurruñado que se les quedaría a la mayoría de votantes del PP y a los bufones de la prensa del reino (además de a la la propia Alberdi) al ver que, de nuevo, sus jefes tienen que pactar con los mismos a los que durante los últimos años han estado insultando y presentando como la archinémesis de la democracia, a instrucciones del soviet supremo popular. Me entra la risa floja sólo de pensar en el artículo que firmaría Federico Jiménez Losantos el día después de que llegaran a un acuerdo Mariano Rajoy y el quizás futuro ministro Josep Antoni Duran i Lleida. Claro que podría ser mejor. Es decir, el Partido Popular podría necesitar también los votos del Partido Nacionalista Vasco. Y entonces, como por arte de magia, el PNV recuperaría la condición de partido democrático, condición que Aznar y sus amiguetes periodistas le han querido negar, presentando a Ibarretxe como el Sadam Husein español. Pero no. Eso sería demasiado bueno. Vaya, hasta que Caldera volvió a abrir la boca, yo me conformaba con lo del estatuto catalán. Ahora ya, ni eso.