Jaime, 19 de junio de 2003, 22:39:36 CEST

En el súper


Llega con el carrito a la caja y comienza a amontonar la comida: el pan, la leche desnatada, la leche entera, los yogures, el queso. La cajera empieza a pasar los productos, y él sigue con los pimientos, los pepinos, los champiñones, las manzanas, el zumo de melocotón, y ella va pasando y al marcar el precio se oye un pip, y el continúa con el zumo de naranja, los filetes, las pechugas, el café y la cajera pasando y el pip sonando. Él vacía el carro y agarra una bolsa de plástico para ir guardando las cosas, mientras se oye pip, pip y más pip. La bolsa no se abre, ahora sí, ya está, y vamos metiéndolo todo por orden, primero la leche, luego el queso, pero la chica va muy rápido y se amontona todo; coge otra bolsa y agarra como puede la carne y los huevos, y los mete de cualquier manera, ¿no se habrán roto? La chica ya ha acabado de pasar la comida y dice veintitrés con cincuenta, mientras que él aún no ha guardado ni la mitad de lo que traía y tiene una bolsa en una mano y el pan de molde en la otra. No sabe si pagar o acabar de guardar la comida, ¿veinticuántos con qué? El labio inferior comienza a temblarle y la señora que estaba detrás suyo en la cola le mira con cara de perro; la chica espera, pero él está quieto y el labio le tiembla más deprisa, hasta que habla y dice por favor, un minuto más, treinta segundos y lo acabo todo, de verdad, por favor, sólo un minuto, pero el labio ya le tiembla demasiado y se pone a llorar. Pero nada. Son cuatro sollozos. Ya está. Se seca los ojos con las mangas de la camisa. Ya pasó, ya pasó. Saca la cartera y le da a la cajera un billete de veinte y otro de cinco. Qué pasa, piensa, no me mires así, que es culpa tuya.


 
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