Jaime, 20 de mayo de 2003, 0:00:20 CEST

Delincuentes


No son pocos los libros y obras de arte que han sido considerados delictivos. Y no son pocos los artistas que han acabado ante los jueces, como Flaubert o Schiele, por poner un par de ejemplos. El arte, en ocasiones, se ha querido llevar al terreno del derecho penal y, al respecto, hay que recordar la frase de Theodor Adorno que cita Anthony Julius en Transgresiones: "Toda obra artística es un delito no cometido". Se trata, por tanto, "de un delito cometido en la mente de alguien, donde todo es posible y nada tiene consecuencias". Julius cita un buen ejemplo: "En 1915, la policía de Nueva York hizo una redada en la exposición de bocetos de la artista Clara Tice y confiscó sus dibujos por indecentes. Los defensores de Tice simularon un juicio. 'Será juzgada -dijo un anuncio en el Vanity fair-, y por lo tanto absuelta, por los cargos de haber cometido atrocidades negras e incalificables sobre papel blanco, abusando de los esbeltos cuerpos de niñas, gatos, pavos reales y mariposas'". "El arte -sigue Julius- es una acción o un acontecimiento que, de no ser por su categoría artística, sí que sería un delito". Por ejemplo, no creo que fuera legal fundar una Sociedad de Conocedores del Asesinato, en la que se alabaran los crímenes más salvajes desde un punto de vista estético. Pero sí que es legal inventarse dicha sociedad y escribir sobre ella en un artículo humorístico, como hizo Thomas de Quincey en Del asesinato considerado como una de las bellas artes. En el libro, el inglés asegura que "como inventor del asesinato y como padre de este arte, Caín tiene que haber sido un genio de primer orden". También explica que hay que hacer todo cuanto esté en nuestra mano para evitar los crímenes, pero, una vez se ha cometido el asesinato "¿de qué sirve la virtud? Bastante atención le hemos dedicado ya a la moral; le ha llegado el turno al gusto a las bellas artes". Sin duda, la intención humorística de De Quincey es evidente, pero, en su momento, no faltó quien se indignara, ya fuera porque se lo tomara en serio, como porque creyera que los asesinatos no eran cosa de broma. Del mismo modo, muchos enfurecieron al leer Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país, y para hacerlos útiles a la sociedad, de Jonathan Swift. Dicha propuesta consistía en que los famélicos padres se comieran a los niños en cuestión. No muchos leyeron con agrado el texto: algunos consideraron que se burlaba de esas familias hambrientas, otros le tomaron por un salvaje. Comer niños. Eso es atroz. Es decir, se indignaron con él por sus palabras, a pesar de que eran ellos (esos ingleses cultos y ricos) quienes dejaban morir de hambre a los irlandeses. En definitiva, y como dice el mismo Julius, "tanto artistas como criminales nos alejan de lo seguro y lo rutinario. (...) Los artistas nos pueden despojar de nuestra serenidad". Como nos alejamos de lo rutinario al leer Lolita y al darnos cuenta de que simpatizamos con Humbert Humbert, narrador y protagonista, pederasta y asesino. Claro que no hay que olvidar que no se trata de alabar o de retratar el crimen porque sí, sino de ir más allá, de crear arte. Son famosas esas frases de Oscar Wilde en su prefacio a El retrato de Dorian Gray: "El vicio y la virtud son materiales para el artista", y "no hay libros morales o inmorales. Los libros están bien escritos o mal escritos. Eso es todo".


 
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