Jaime, 16 de mayo de 2003, 11:53:22 CEST

La segunda taza de café


Uno se toma el primer café del día por obligación. Porque hay que acabar de abrir los ojos aunque no se quiera, y qué mejor para pasar el terrible trance de despertarse que una taza de café bien negro y con mucho azúcar. Evidentemente, y aunque sea casi obligada, esta taza no resulta desagradable. Pero, a veces, entre las prisas y el sueño, no se disfruta como es debido. En cambio, uno se toma el segundo café poco antes o poco después de comenzar a decir buenas tardes, y ya se está más o menos despierto aunque pueda apetecer tumbarse un rato, que tumbarse siempre está bien. Esa segunda taza se toma sólo por placer, se disfruta plenamente, se saborea. Uno aprovecha un rato muerto para beberla sin prisas, sin pensar en que en diez minutos hay que estar ya en la ducha, para no llegar tarde, o en que la camisa negra no está planchada y a saber qué me voy a poner hoy. Uno puede acompañar ese café con algo de música y, quizás, aprovechar para escribir en el blog sobre algo intrascendente. Por ejemplo, sobre Peter Altenberg y su té de las seis, bien suave y de color oro. A lo mejor esto demuestra que no siempre es verdad aquello de que segundas partes nunca fueron buenas. Al menos habría que añadir que las segundas tazas son una excepción. Pero, en fin, los refranes siempre me han parecido sospechosos. Más que nada porque los libros de refranes parecen tener respuesta para todo. Y eso no es normal.


 
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