Jaime, 11 de abril de 2003, 0:13:00 CEST

Una novela


Comenzaba a dudar. De hecho, no se atrevía a releer su manuscrito, no fuera a ser que su propia obra no le pareciera ya tan rompedora, tan original, tan transgresora. Tenía miedo de darse cuenta de que había hecho el ridículo. No. El ridículo tampoco. Se había adelantado a su tiempo, sin duda. Y le costaría que le entendieran. Pero lo lograría: le harían caso, como merecía. Esas dudas no tenían justificación ninguna. Le había llevado aquellos papeles a su editora, convencido de que abría un nuevo camino en la literatura, seguro de que se convertiría en el Marcel Duchamp de la novela. Sin embargo, aquella maldita cuarentona que se empeñaba en comprarse modelitos en la planta joven del Corte Inglés le llamó a los dos días y le dijo que aquella broma no había tenido ninguna gracia. -Y ya es hora de que nos traigas otra buena novela. Llevas cuatro años en blanco. Al principio se indignó. No le había comprendido, sin duda. Aunque reconoció que en parte sí se había equivocado. Para colocar aquel libro tan complejo necesitaba un agente, alguien que pudiera defenderlo. A él siempre le costaba hacer ese tipo de cosas: apenas servía para escribir; lo mundano le agotaba. Le consoló el recuerdo de cómo el propio Duchamp había tenido problemas para exponer su Fuente. Y cómo todos habían acabado dando la razón al artista en aquella provocación que cuestionaba los límites del arte. Todo lo que está expuesto en un museo es una obra de arte. Y -¿por qué no?- todo cuanto se publica bajo el epígrafe de "novela", es una novela. Pero nadie se había atrevido a dar aquel paso en literatura. Excepto él mismo, claro, cuando copió las instrucciones de uso de su microondas. 146 folios. Y en ocho idiomas. Ni Ezra Pound. No le costó escoger título: Microondas. Una novela.

Marcel Duchamp, Fuente (1917)

 
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