Jaime, 16 de diciembre de 2002, 12:58:46 CET

Hipertensión


Tomás, jubilado, se cansó de mirar obras y se dedicó a pasearse de farmacia en farmacia, para observar cómo tomaban la tensión a los clientes. Tomás había descubierto esta afición casi por casualidad, un día que bajó a comprar aspirinas y se encontró con un vecino que tenía el brazo dentro de un tensiómetro de estos electrónicos, con sus saltarines e hipnóticos números rojos. No tomaba notas, ni mucho menos, pero al cabo de unas cuantas semanas observó que el número de hipertensos en Barcelona era casi alarmante, cosa que no dejaba de comentar a familia, amigos y, especialmente, a los desconocidos con los que tropezaba en las mismas farmacias. "Ya ve -decía-, este chico tiene la máxima en quince coma ocho, con lo joven que es". El único inconveniente que tenía aquella costumbre que le distraía y divertía era que cuando el farmacéutico le preguntaba qué deseaba, Tomás no podía limitarse a contestar que sólo estaba mirando, como si se paseara por una librería o una tienda de ropa, así que acabó dejándose una fortuna en pastillas Juanola. Ah, y una vez compró preservativos, para ver qué cara ponía la jovencita que estaba tras el mostrador. Pero la veinteañera fue muy educada y no hizo ningún comentario respecto a la edad de Tomás.


 
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