Jaime, 9 de diciembre de 2002, 14:25:07 CET

Responsabilidad


En su Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce define la responsabilidad como una "carga trasladable que se pasa fácilmente a las espaldas de Dios, el Destino, la Fortuna, la Suerte o el Vecino. En la época de la astrología era frecuente descargarla sobre una estrella". El Gobierno de Aznar parece haber tomado buena nota de este texto, obviando, quizás voluntariamente, su tono sarcástico. Durante seis años el Partido Popular ha culpado de todos los males al Psoe, a los inmigrantes y a quienes cobraban el paro de forma fraudulenta, entre otros, para sacarse de encima problemas como Gescartera, la estafa millonaria del BBVA, las caídas de la bolsa, la necesaria integración de los extranjeros y demás. La cuestión era ir dejando que se pudrieran los problemas y aparecer ante los ciudadanos como víctimas de los errores ajenos. Ahora le ha tocado el turno a la marea negra provocada por el naufragio del Prestige. En su línea habitual, el Gobierno ha seguido su táctica de descargarse de responsabilidades. Sin embargo, en esta ocasión no le ha funcionado. No le ha servido ni acusar al Psoe (a pesar de que el ministro Cascos incluso ha llegado a sacar el tema de los Gal como defensa en este asunto), ni echarle las culpas al Destino, que hizo que el barco se partiera en dos, mientras unos cazaban en Toledo y en los Pirineos, y otros se tomaban un descanso en Doñana. El Gobierno ha respondido tarde y mal a una catástrofe que se presenta gravísima. Ni siquiera ha sido capaz de coordinar a tiempo las tareas de limpieza, que han quedado en manos de voluntarios que al comienzo de esta crisis ni siquiera disponían de medios suficientes. Y eso por no hablar ya de las inexistentes medidas de prevención, a pesar de que ésta no es la primera marea negra que sufren los gallegos. Tal y como están las cosas, o mejor, tal y como se han dejado abandonadas, es natural que Aznar no se presente en las playas gallegas. No es por estar esperando a tener soluciones concretas que presentar, sino simplemente por vergüenza. O por miedo al linchamiento. Y es que una cosa es que el Gobierno no tenga culpa -sólo faltaría-, y otra bien distinta es que no tuviera responsabilidades. Había trabajo por hacer y, de nuevo, no se ha hecho.


 
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