Jaime, 18 de noviembre de 2012, 20:21:58 CET

En mi época con dos mil pesetas


En mi época con dos mil pesetas, que son unos doce euros, te ibas al cine con tu novia, pagabas las dos entradas y comprabas palomitas y coca-colas. Además, te sobraba para pagarte la gasolina y el parking, así que la llevabas en coche al restaurante. Sí, a cenar, porque algo sencillo también lo podías pagar con el cambio de las dos mil pesetas, incluida una botella de vino. Después cogías el coche y la llevabas a su casa, y tú con el vino ibas medio regular y ella además te iba hablando, hasta que de repente soltaba un grito, frenabas bruscamente y decía: "Creo que le hemos dado a alguien, Jaime, creo que le hemos dado a alguien". Y salías del coche consciente de que sí, de que habías oído un ruido seco, quizás era un perro, hasta que veías a una señora muerta a los pies del parachoques. Después del susto inicial, te atrevías a buscarle el pulso, luego mirabas alrededor y le decías a tu novia: "Sal, ayúdame. Tú cógela de las piernas y yo de los hombros". Y ella te preguntaba: "Pero qué quieres hacer, llama a una ambulancia, por Dios". Y tú le contestabas: "Ni hablar, que vendrá la policía y yo he bebido". Y ella: "Pero esta mujer..." Y cortabas: "¡Esta zorra esta muerta y ya le da lo mismo! ¡Tengo que pensar en mi carrera política! ¡La prensa me destrozará!" Entre sollozos, ella la agarraba por los tobillos y entre los dos la llevabais hasta el maletero, que tú abrías mientras con el brazo izquierdo seguías sosteniendo a duras penas a la mujer. La metíais dentro y con el cambio aún tenías dinero suficiente para comprarte una pala en una gasolinera e ir a un descampado, porque antes de la burbuja inmobiliaria en Barcelona había descampados. Allí, iluminándote con los faros del coche y mientras tu novia lloraba en el asiento del acompañante, cavabas un agujero lo suficientemente hondo como para enterrar el cuerpo de la mujer. Después, sudado y manchado de tierra, llevabas a tu novia a su casa y tú te ibas a intentar dormir un poco, aunque ya sabías que no pegarías ojo en toda la noche.

Veías a tu novia quizás dos o tres veces más. Ella no sacaba el tema, pero los silencios se hacían cada vez más largos hasta que finalmente, tomando un cortado, ella decía que no podía seguir así: "No tengo valor para ir a la policía, pero cada vez que te veo me acuerdo de aquella noche. No puedo seguir contigo". Se iba y te dejaba solo y tú te cabreabas porque había sido ella la que había querido ir a cenar, y no vas a cenar con agua, y también había sido ella la que estaba hablando mientras tú conducías. Si se hubiera estado calladita, hubieras ido mirando la carretera y no hubiera pasado nada. Encima te quería hacer sentir culpable. Es increíble. Las mujeres. No hay quien las entienda.

Pero bueno, lo importante: ese cortado, ese último cortado, ojo, aún lo pagabas con el cambio de las dos mil pesetas con las que habías ido al cine.


 
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