Jaime, 26 de agosto de 2012, 21:01:42 CEST

Siempre quise ser músico


Me hubiera encantado ser músico, pero por culpa del racismo y de las ideas preconcebidas por parte de la sociedad, mi carrera se vio frustrada desde el comienzo. Y es que nadie creía que alguien como yo, un cáncer con ascendente escorpio, pudiera realmente dedicarse a la música.

Lo dicho, racismo.

No todos los cáncer hemos nacido para limpiar cochiqueras. NO AL DETERMINISMO ASTROLÓGICO.

Dicho lo cual, intenté meterme en el mundillo musical ya muy joven. Cuando cumplí 47 años decidí que quería aprender a tocar la guitarra, para poder emular a grandes virtuosos de este instrumento, como Paco de Lucía, Slash y Torrebruno. Acudí a una tienda de instrumentos del barrio y pedí que me dejaran probar una.

Pasé tres noches en la cárcel.

Fue un claro ejemplo del racismo policial que tanto vemos en las películas americanas. Y lo de acordonar la zona y que vinieran expertos en antiterrorismo con trajes para protegerse de peligros biológicos fue un tanto exagerado. Puede que mi versión de Greensleves no se ajustara del todo a los cánones, pero hay que tener en cuenta que era mi primer contacto con el instrumento y seguramente el dueño de la tienda ya tenía problemas psiquiátricos de antes. No tiene sentido que le ingresaran sólo por esos tres minutos de nada.

Después de aquella experiencia desagradable, pensé que sería buena idea probar con el canto. Tengo una voz muy delicada y con un timbre muy bonito. Suena como un cencerro pequeño rascándose contra una superficie metálica y rugosa. Además tengo una tesitura muy amplia. Puedo entonar cualquier nota que esté entre el do y el re bemol. Aunque admito que me cuesta llegar al re bemol.

En todo caso, me apunté a clases. Y casualmente aquella tarde todos los perros de Barcelona corrieron Ramblas abajo y se arrojaron al mar. Además, mi profesora pilló al mismo tiempo una enfermedad terrible que por algún motivo hacía que le sangraran los oídos. El caso es que corrieron rumores absurdos por culpa de estos hechos sin ninguna vinculación entre sí ni conmigo, y mi profesora no quiso volver a verme, además de alertar a todos sus colegas acerca de mí.

Lo único que ocurría es que me identificaban como causa de esos hechos fortuitos sólo porque soy cáncer. Con ascendente escorpio. La gente ve lo que quiere ver.

Esta cancerofobia resulta indignante.

Pero no me rendí, al contrario, decidí que probaría suerte con otro instrumento, alguno quizás más afín a mi -no lo niego- singular sensibilidad artística. Tuve que irme a Sabadell, dado que no me dejaban entrar en ninguna otra tienda de instrumentos musicales en Barcelona (insisto: racismo), pero encontré una recién abierta que no tenía ese absurdo e innecesario cartel con mi cara en la puerta y entré para que me aconsejaran. Dudaba entre el saxofón y el violoncello.

Pude probarlos, pero resultó que el dueño de esta tienda también estaba loco (los músicos son todos unos psicópatas racistas, por lo que parece) y en un ataque de ira, me cortó las manos.

En el hospital no pudieron volvérmelas a coser, ya que el dueño de la tienda las había seguido machacando con el hacha después de arrancármelas, así que me trasplantaron otras. Eran las manos de un asesino recién ejecutado. Y claro, al salir del hospital comencé a estrangular ancianas sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.

Hay que decir que el juez fue muy comprensivo. He de guardar las manos dentro de la celda durante los próximos veintisiete años, pero yo puedo hacer lo que quiera. Aunque en realidad no puedo moverme mucho y me paso el día sentado en el pasillo de la prisión. No puedo dormir dentro de la celda, claro, porque yo soy un hombre libre. Y rascarme resulta complicado. Pero por lo demás, bien.

Estoy intentando convencer a las manos para que se apunten a clases de flauta. Ya os contaré.


 
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