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abril |
Yo también fui atleta olímpico
Estuve entrenando muy duro para los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Dado que el ejercicio físico nunca ha sido lo mío, debido a mi tendencia genética a pasar largos periodos de tiempo tumbado en el sofá comiendo anacardos, decidí inventarme un deporte, con la esperanza de ser el único participante y al menos aspirar a medalla.
Necesitaba alguno en el que no se hiciera gran cosa, en el que pudiera pasarme todo el rato paseando por el césped, por ejemplo, y que el público no se quejara si no ocurría nada en todo el tiempo que durara el ejercicio.
Resultó que había inventado el fútbol. Ojo, como invención independiente, no como plagio.
Me eliminaron en primera ronda, pero sólo porque eran once contra uno.
En Sidney 2000 lo volví a intentar. Con lanzamiento de jabalina. Pero mientras los demás llevaban unos palos largos y ligeros, yo lanzaba una cerda salvaje. Era más divertido porque mientras volaba graznaba como una histérica. Qué risa.
Quedé quinto, pero porque en Sidney lo de arrojar cosas funciona diferente y no estaba acostumbrado. Sidney está en el hemisferio sur, por lo que si quieres lanzar algo hacia arriba, en realidad lo tienes que tirar hacia abajo, que es su arriba.
No sé si me explico.
Lo aclararé con un ejemplo. Imaginaos que tengo en mis manos un vaso de cerveza, fresquita, helada, con ese toque amargo que... Joder, qué ganas más tontas me han entrado ahora de beberme una cerveza. Un momento, que ahora vuelvo.
A los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 no pude ir precisamente por un caso de dopaje. Me estaba entrenando para ganar un diploma, porque yo siempre he sido muy estudioso. Para aguantar la última noche y darle un buen repaso a los apuntes de halterofilia, me tomé diecisiete cafés.
Di positivo en cafeína.
De nada sirvió que con los ojos fuera de las órbitas, entre gritos, tirando mesas al suelo y pegando puñetazos al aire, intentara explicar que a mí el café no me afecta y que puedo tomarme todos los que quiera hijos de puta os mataré a todos a vosotros a vuestros hijos y a los hijos de vuestros hijos os mataré os mataré fundido a negro y despierto en un hospital.
Mis últimos juegos fueron los de Pekín 2008. Participé en lanzamiento de martillo, pero como nunca se me ha dado bien el bricolaje, lo único que hice fue lanzármelo al dedo. En esos juegos cometí el error de pronunciar unas declaraciones políticamente incorrectas que trajeron polémica. Concretamente dije que "un daltónico no puede sentir los colores de su bandera".
La prensa de la derechona más rancia se me tiró al cuello, asegurando que la bandera verdigualda es patrimonio de todos los españoles. Los nacionalistas catalanes también me criticaron, afirmando que no se podían despreciar las cuatro barras de la senyera, con su origen en los cuatro dedos manchados en la sangre verde de Guifré el Pilós.
Ya estoy mayor para participar en estos juegos de Londres. Además, tuve una mala experiencia en un campeonato de atletismo amateur en esa ciudad. Me olvidé de que conducen por la izquierda y salí corriendo en dirección contraria, topándome con todos mis adversarios a mitad de recorrido.
En definitiva, mi época de atleta ha pasado y ahora por fin puedo dedicarme a la que es mi verdadera vocación: engordar.