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abril |
Intolerantes
El racismo está tomando recientemente una nueva y peligrosa forma: la intolerancia a la lactosa. Estos irracionales sujetos son incapaces de convivir con la leche y sus derivados, mostrando una actitud completamente absurda y que no tiene en cuenta, por ejemplo, que la leche y el yogur nos han alimentado durante milenios, y que la fondue y las raclettes convierten las cenas de treintañeros en algo relativamente soportable sin necesidad de recurrir al suicidio.
Es más, nuestra cultura es principalmente y antes que nada una cultura mamífera, basada por tanto en el respeto a la leche y a las tetas. Cualquier ataque a estos dos elementos fundamentales de nuestra civilización es un ataque a la humanidad como bloque. Es un terrorismo de especie.
En los últimos meses, los actos vandálicos de estos intolerantes se han multiplicado: insultan a las vacas, llamándolas gordas, para que se estresen y den menos leche; derriten con sus mecheros los helados de los niños; lanzan calle abajo quesos de bola robados de los supermercados.
Muchos aseguran que estos hechos no son más que incidentes aislados, pero no hay que llevarse a engaño: los fanáticos están cada vez más organizados en su cruzada antimamífera y disponen de sus propios foros y medios de comunicación en internet, en los que por ejemplo sostienen que la crisis griega ha venido causada en gran medida por el elevado consumo de yogur en el país e incluso que las corridas de toros deberían hacerse con vacas.
Todo el mundo puede expresar sus opiniones libremente. Como dijo Voltaire, no estoy de acuerdo con lo que dices, pero ese señor de allá atrás que ahora no nos oye defenderá con su vida y cara de sorpresa tu derecho a decirlo, recibiendo a cambio una puñalada en el pecho y musitando "pero qué..." antes de morir.
Pero esta gente ha ido más allá de la opinión y ha pasado a la acción, sobre todo la intestinal. La duda es: ¿tenemos que tolerar a los intolerantes? ¿Ellos no pueden ni tomarse un cortado sin expresar su disgusto en formas muy desagradables -no pienso entrar en detalles- y nosotros hemos de renunciar a atarlos y quemarlos vivos por no saber convivir?
Me hago estas preguntas en voz alta mientras pienso qué hacer con los tres intolerantes a la lactosa que tengo drogados y atados en la parte de atrás de la furgoneta. ¿Me rebajo a su nivel si los tiro al Llobregat? ¿O acaso ser intolerante con los intolerantes es necesario para defender una sociedad abierta? ¿La polución del Llobregat no les convertirá en peligrosos mutantes con superpoderes que se vengarán de mí, en otro acto de intolerancia?
Las dudas son muchas, pero de momento voy a ir arrancando el motor y saliendo de aquí porque la furgoneta es robada y creo que por la calle de atrás se acerca un coche de la policía.