Jaime, 18 de noviembre de 2002, 0:41:11 CET

El abate Moigno (borrador en forma de collage de la mano de Google)


En el delirante Isis sin velo, de Madame Blavatsky, leo que "en ciertas ocasiones resulta tan interesante como constructivo observar de cerca las frecuentes escaramuzas entre la ciencia y la teología. pero no todos los hijos de la Iglesia son tan desdichados en defenderla como el abate Moigno de París, quien, a pesar de sus buenas intenciones, fracasó en el empeño de refutar los librepensadores argumentos de Huxley, Du Bois-Raymond y otros tantos, para recibir en recompensa la inclusión de su obra en el índice de libros prohibidos por Roma". Lo que le pasó a Moigno, por paradójico que suene, no es excepcional. Al mismo Balzac le ocurrió otro tanto: cada vez más conservador y católico, le sentó como un tiro que sus novelas de amor fueran incluidas en el índice antes mencionado. Es más, Moigno no fue el único religioso de la época entusiasmado por los avances científicos del momento e interesado en divulgarlos y conciliarlos con la doctrina cristiana. A pesar de todo. De todas formas, me llama la atención su historia y, después de consultar, sin éxito, la enciclopedia, me lanzo a Google, a ver qué encuentro. Su nombre completo es Francois Napoleon Marie, nació en Guéméné en 1804 y murió ochenta años más tarde en Saint-Denis. Llevó a cabo sus estudios teológicos en Montrouge, aunque dedicó su tiempo libre a las matemáticas y a la física. Aprendió varios idiomas, incluidos el hebreo y el árabe. Fue profesor de matemáticas en París y se hizo famoso como escritor y predicador, siendo uno de los precursores de la divulgación científica.
Moigno y la ciencia Moigno intentó conciliar el texto bíblico con los descubrimientos científicos de la época. Llegó incluso a defender el valor religioso de las matemáticas en Esplendor de la fe. En relación con las matemáticas, son relativamente populares sus técnicas mnemotécnicas, que algunos usan para memorizar los decimales del número Pi. Siguiendo esta línea divulgadora, editó la Revue des sciences et des leurs applications, etiquetada como semanario católico conservador. Veo que la revista se planteaba debates curiosos: "¿Es el universo absolutamente reversible? Si admitimos el principio de convertibilidad de las varias energías, ¿podría suceder que el universo volviera a su estado primitivo, pasando por todos los estados intermedios en orden inverso?" Moigno también fundó Les Mondes en 1852 (aunque nación con el nombre de Cosmos, y así la cita Julio Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino). Allí defendió, por ejemplo, la difusión del sistema de fosas sépticas inventado por Jean-Louis Mouras. También probó a hacer público el telectroscopo de Senlecq, un precursor de la televisión, destinado a reproducir a distancia las imágenes obtenidas en una cámara oscura. Aunque, al parecer, jamás llegó a pasar de los planos. A Moigno siempre le llamó la atención todo lo audiovisual, llegando a escribir en 1872 L'Art de projection, volumen en el que se recogen diversos sistemas de linternas mágicas, cámaras oscuras y demás precursores del cine y la fotografía. Su interés también llegó a la astronomía. El buen abate se interesó por los cometas, e incluso sugirió la posibilidad de que fueran "gigantescos diamantes volatilizados" También aclaró que la creencia en la encarnación y en la redención no son obstáculo para la hipótesis de que haya otros mundos habitados. Además, un cráter de la Luna lleva su nombre. Moigno tenía también ideas propias sobre los átomos: "Si Gay-Lussac concebía los átomos como infinitamente pequeños, comparados con los cuerpos que componen, Ampère y Cauchy los consideraban inextensos. Moigno, con Faraday, prefería designarlos centros de fuerzas, y de la misma opinión son Weber y Fechnez en su teoría de los átomos." Y, además, colaboró con Louis Pasteur. O más bien, requirió de sus servicios: "[Pasteur] Insistió en sus estudios sobre la fermentación acética y de paso se ocupó de una pequeña cuestión relacionada con México cuando, accediendo galantemente a una petición del abate Moigno, hizo algunas observaciones sobre la luz fosforescente de los "cocuyos", y encontró que no da rayas al examen espectroscópico, lo cual ya había sido descrito para la que dan las luciérnagas y otros animalillos fosforescentes."
Esoterismo Era bastante habitual en el siglo XIX la mezcla de ciencia y esoterismo. Fue, por ejemplo, el siglo en el que las tres hermanas Fox inventaron las sesiones de espiritismo modernas, y también el siglo en el que la propia Blavatsky fundó la Sociedad Teosófica, con el ánimo de enmendarle la plana a ciencia y a religión. O eso decía. Moigno también se vio tocado por este clima. En Les Mondes defendió, por ejemplo, las extravagantes ideas de Taylor y Smith sobre las pirámides, según las cuales su construcción se hizo siguiendo unas medidas y números muy determinados, como la distancia de la Tierra al Sol, por ejemplo. Y no resulta extraño que le citen en Survival after death, página de una sociedad dedicada a buscarle fundamento científico a la supervivencia tras la muerte a nivel global (sic). Se recoge un texto del físico Sir William Barret, estudioso también de fenómenos paranormales, empeñado en que la ciencia tarde o temprano demostraría la existencia de las almas (aunque, ¿por qué no?). Barret explica una anécdota sobre la experiencia del pobre Moigno como divulgador de nuevos inventos: "Algo parecido ocurrió en París cuando el abate Moigno, un conocido divulgador científico, mostró por primera vez el fonógrafo de Edison a la Academia de Ciencias de París; el abate mismo me explicó lo ocurrido. Todos los sabios presentes declararon, siguiendo al profesor Tait, que la reproducción de la voz humana por un disco de acero era físicamente imposible, debido a las sutiles formas de las ondas producidas por el habla, aunque admitían que la música podría transmitirse de este modo. El abate fue acusado incluso de tener escondido un ventrílocuo debajo de la mesa. Dejó la habitación disgustado y les dijo que probaran el instrumento ellos mismos -cosa que hicieron con éxito a pesar de su incredulidad". Supongo que lo mejor de los empeños de Moigno es que intentó acercar la ciencia al gran público. También intentó acercarla a la religión. Para facilitar una convivencia aunque fuera difícil. Aunque lo más probable es que estos ámbitos no deban convivir. Cierro con unas frases del propio Moigno acerca de los misterios científicos y religiosos -tema de moda en la época-, que recoge una página cristiana. Y que, sinceramente, me gustan. No sólo por lo que dice, sino por esa primera frase que puede ser un resumen de este post construido a base de googlazos: “Lo que sabemos lo profundizamos muy poco. No tenemos la última palabra de nada. ¿Qué son en último resultado todos los progresos de las ciencias? La multiplicación perenne de incógnitas. Para nuestros padres el mundo material es un misterio cuádruple, compuesto de tierra, agua, aire y fuego. El agua o el aire eran misterios simples o únicos. Para nosotros, que hemos descubierto sesenta elementos o más, el mundo es un misterio compuesto, quince veces más indescifrable; el agua, después que sabemos que está compuesta de oxígeno e hidrógeno, es un misterio doble; el aire, mezcla en proporciones casi definidas de oxígeno, ázoe y anhídrido carbónico, es un misterio triple. Espíritu, materia, éter, espacio, tiempo, afinidad, gravedad, electricidad, calor, luz, etc., etc., otras tantas palabras cuyo significado se halla para nosotros envuelto en misterios insondables, otros tantos enigmas o incógnitas desesperantes”.
 
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