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abril |
Lanzamiento de gatos
Juan Tomeo ganó el campeonato de lanzamiento de gatos al río, que se celebró a orillas del Ebro durante una alegre jornada en la que los entendidos pudieron disfrutar de momentos espléndidos de este arte, como el globo de María Fernanda Gomis, cuyo gato cayó al río casi sin salpicar –excepto de entusiasmo–, además de la gran final, en la que se arrojaron veintisiete gatos en apenas doce minutos, con gemidos, giros y efectos de primer nivel. Como ya viene siendo habitual, la velada se vio ensombrecida por la presencia de radicales que intentaron entorpecer el torneo, con el pobre argumento de que los aficionados al lanzamiento de gato disfrutamos con la tortura de animales. Sí, puede que caer al agua helada del río no sea muy agradable, pero eso sólo es cierto en invierno y además es un hecho irrelevante. Lo verdaderamente importante, lo que no tienen en cuenta estos supuestos ecologistas es lo bien que se lo pasa el gato mientras vuela por los aires. Hay gente que paga por saltar en paracaídas o hacer puenting: estos gatos disfrutan de un pasatiempo perfectamente comparable -o incluso mejor- totalmente gratis. Por otro lado, es falso que los artistas que se dedican al lanzamiento de gatos maten a estos animales. Sólo los lanzan. Contra el agua. El agua está blanda. De acuerdo, algunos gatos caen en la orilla y se abren la cabeza. Pero esos lanzamientos no son nada valorados. Al contrario, el lanzador es humillado con risotadas y recibe puntuaciones moderadamente bajas. Lo que se puntúa y se aprecia es la caída limpia y acrobática. Y el gato en todo caso muere por culpa del río, no del lanzador, y por supuesto tiene la oportunidad de salvarse nadando. Si la corriente es demasiado fuerte, no es culpa de los aficionados al lanzamiento de gatos. En todo caso, es culpa de los ecologistas, que son quienes están en contra de poner un poco de orden en la naturaleza. Sí, la eterna lucha entre el bosque y el jardín. Lo siento, pero yo soy partidario del jardín, del parque, del laberinto de setos y de las simpáticas orgías versallescas. No de las violaciones, los entrenamientos de terroristas, la tala de árboles, las terribles ardillas mutantes y los hombres lobo. Como los ecologistas. A esos abrazaárboles les gustaría vernos a todos devorados por hombres lobo. Además y volviendo al tema que nos ocupa, siempre que no haga mucho frío, los gatos que no se ahogan son recogidos y se les colocan unas alegres bengalas en las orejas, lo que resulta divertidísimo y alegra a todos los presentes. Estos felinos además se conservan de forma adecuada para una siguiente ocasión, a no ser que mueran de pulmonía, cosa difícil, porque se guardan en sacos muy calentitos. Si mueren, suele ser por asfixia o por pelearse con otros gatos del saco. Pero claro, ahora también nos van a culpar a nosotros de que los animales se comporten como lo que son: animales. Pobres argumentos, en definitiva, los de estos supuestos defensores de mininos. Digo supuestos porque es evidente que no pretenden defender a ningún animal. En cambio, nosotros somos los primeros defensores de los gatos. Sólo en este último torneo se arrojaron ciento cuarenta y tres animalitos al Ebro. Es absurdo pensar que hubieran podido “salvarse”, por usar el término hipócrita de los amigos de los hombres lobo. Porque al fin y al cabo, ¿quién va a meter ciento cuarenta y tres gatos en su casa? Desde luego, no iba a ser uno de esos ecologistas quien lo hiciera. Esos gatos estaban condenados. Nosotros, los lanzadores de gatos y su público, fuimos a las perreras, a los descampados y a las casas de las viudas para proporcionarles un instante de diversión y todo el riesgo, la adrenalina y, por qué no decirlo, la dignidad de los deportes de agua. Intentar hundir -jaja, hundir... En el agua, jaja...- Er... Decía... Intentar hundir esta tradición que cuenta ya con dos semanas de historia y una amplia literatura -esta crónica- es simple demagogia.