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abril |
Por un nuevo presidente de la SGAE
La indignación vuelve a corroer mis entrañas. Oh, ah, esto no puede ser, esto no puede continuar así, ¡basta ya! ¡Fora Van Gaal! En realidad, no es indignación. Son las clásicas molestias estomacales que me provocan mis frugales desayunos. Tengo una constitución débil (como España, ja) y tengo que cuidarme y desayunar poco y ligero: dos vasos de leche, dos tazas de café, un bocadillo de pan frito con bacon, dos plátanos encebollados y las doce o trece croquetas que hayan sobrado de la noche anterior. Pero este sentimiento (el ardor) se parece mucho a ese otro sentimiento (la indignación), así que aprovecho el impulso para sentarme a escribir una de mis airadas columnas. Precisamente la indignación que simulo sentir va dirigida contra la propia indignación. Fijémonos en la situación de la economía mundial. Vale, da pereza, concentrémonos sólo en la española: paro, empleos mal pagados, inseguridad, los pisos aún por las nubes… ¿Y dónde están las huelgas? ¿Dónde, las manifestaciones? ¿Cómo es que no estamos ahí gritándoles a los empresarios que no aprovechen para quitarnos lo que es nuestro por derecho (no sólo sus Mercedes, sino nuestros sueldos), que no aprovechen en definitiva la crisis como excusa para hacernos trabajar más por menos? Pero no. La gente no se indigna. Ni siquiera tiene acidez. Los parados se convierten en adictos a Infojobs y los que tienen empleo reciben cada nueva humillación con un “lo importante es que al menos tengo trabajo y puedo seguir pagando los treinta dos años restantes de hipoteca”. Ejemplo: JEFE: Oye, que hemos despedido a tus dos compañeros de departamento y tú harás todo su trabajo por el mismo sueldo. Estamos en crisis, es un momento difícil, hay que apechugar, vendrán tiempos mejores, etcétera, me voy, que he quedado. EMPLEADO: Lo importante es que al menos tengo trabajo y puedo seguir pagando los treinta dos años restantes de hipoteca. En casos extremos, añade: Además, me encanta mi trabajo y qué mejor que pasarme aquí un par de horitas más cada día. Esta es la crisis del miedo. En cambio, la gente se indigna hasta niveles sulfurosos con otro tema. Este empleado --a quien llamaremos Severino-- que hace horas extras con una sonrisa en los labios, llega a casa a las nueve, completamente destrozado, enciende la tele y ve que, cielos, la SGAE pretende cobrar DOCE EUROS CADA MES a los peluqueros. Pero bueno. Qué se han creído esos chorizos. Doce euros. A los peluqueros. Se han vuelto locos. Ladrones. Mafiosos. A los peluqueros. Ahora mismo voy a comentar la noticia en Menéame. Etcétera. Cuidado. A mí también me parece que la SGAE es una asociación de sinvergüenzas (¡sinvergüenzas!, aprovecho para exclamar) y también creo que esta clase de cánones y tarifas son una estafa (¡sinvergüenzas! ¡A los peluqueros!). Pero volvamos a Severino: Severino trabaja dos horas más cada día gratis y vive con miedo a que mañana le despidan y no pueda seguir dándole su dinero al banco. Y está contento porque al menos tiene trabajo. Se entera de que a los peluqueros (¡a los peluqueros, on s’es vist!) les quieren robar doce euros al mes y es entonces cuando monta en cólera. Conclusión: ahí hay mucha rabia desaprovechada. Y yo tengo la solución para aprovechar esa ira: nombrar a Gerardo Díaz Ferrán presidente de la SGAE. Díaz Ferrán es el presidente perfecto para la asociación: un sinvergüenza que ha estafado a todo el que ha podido con la esperanza de jubilarse como presidente de la CEOE con el dinero de empresas arruinadas. Es un tipo que podría haber cerrado Air Comet hace uno o dos años, pagar la mayoría de sus deudas y quedar más o menos como un señor, además de cumplir la ley, pero como no es un señor y además no cumple la ley, prefirió aguantar un poquillo a ver si podía venderle la compañía a algún incauto. Los empleados pasaron ocho meses sin cobrar y la línea aérea tuvo que dejar a un montón de viajeros tirados en el aeropuerto en navidades, pero ¿a quién le importa eso? Lo importante es que aún tenemos trabajo. Ah, estoy salivando de placer al imaginarme la unión entre el empresariado más abyecto y la asociación más ridícula. Estoy viendo a Díaz Ferrán diciendo que al igual vamos a cobraros tres euros cada vez que insultéis a Ramoncín. Y la gente saliendo a la calle gritando ya está bien, a ver si se enteran de quién mantiene a quién, panda de vagos, vosotros sí que nos queréis robar y otra serie de exaltadas frases que lo mismo valen para la SGAE que para la CEOE.