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abril |
Vamos a morir todos
Jaime Rubio (a quien a partir de ahora llamaremos Santiago Moreno para que su nombre permanezca en el anonimato) ha sido conducido ante las autoridades judiciales acusado de un delito de terrorismo contra la salud pública. Interrogado hábilmente por el fiscal, un chico alto y guapo que se ganó el favor del público asistente al lucir un pin de Obama en la solapa, Moreno admitió conocer a una persona que a su vez conocía a otra persona que acudió a un hospital a ver si tenía o no la gripe del cerdo, o mexicana, o A, o H1N1. Con su aterciopelada voz, el fiscal inquirió acerca de la actitud de Castaño: "Si no me equivoco, señor Calvo, usted siguió haciendo vida normal, o subnormal en su caso –esta ocurrencia fue recibida con una sonora risotada por parte del juez-, en lugar de seguir las directrices marcadas por el Ministerio de Sanidad: quedarse en casa sometido a una estricta cuarentena, sin ver a nadie y sin olvidarse de colgar un trapo blanco en la ventana para que sus vecinos pudieran traerle comida a casa". El fiscal recordó cómo esta gripe nos puede matar a todos de forma lenta y dolorosa "por culpa de inconscientes como Moreno, que son unos egoístas incapaces de ir más allá de sus propios intereses". Mientras explicaba que Moreno podría ser responsable de al menos cinco millones de muertes en las próximas veinticuatro horas –incluida la de este cronista, que ya nota un ligero dolor de cabeza-, dos alguaciles golpeaban al acusado en la cabeza con porras envueltas en una funda de goma estéril. El abogado defensor de Jaime Pelirrojo llamó a declarar a su defendido. Lamentablemente no se entendían sus preguntas, dado que llevaba (por si acaso) un traje aislante con casco incorporado. El acusado protestó aduciendo que su defensa no tenía credibilidad si su propio abogado se disfrazaba así, a lo que el juez respondió ordenando una nueva tanda de porrazos. Los golpes pararon en seco cuando Moreno carraspeó. Los alguaciles, al igual que el público, salieron corriendo en estampida, gritando "vamos a morir", "es el apocalipsis" y "vayamos todos a urgencias, sin olvidarnos de pasar antes por un notario para redactar nuestros testamentos". Este mismo cronista salió del recinto pisando varios cuellos, aunque una vez fuera del edificio, reunió el valor suficiente para mirar por una de las ventanas al interior de la sala, a pesar del grave peligro para su salud. El panorama era desalentador: el fiscal intentaba arrancarle el traje al abogado defensor, aduciendo no sin razón que el abogado "sólo defendía a miserables" mientras que él "impartía justicia". El juez había sacado su viejo revólver y apuntaba a Santiago Rubio, que intentaba explicar que "sólo" le picaba la garganta. "Sólo", decía el maldito asesino, como si fuera poco. No, verá, es que sólo tengo un poco de plutonio empobrecido: dos o tres quilitos de nada. Los hechos siguientes se sucedieron rápidos y confusos. Este cronista oyó un nuevo carraspeo, dos disparos y varios gritos. El abogado defensor salió corriendo con el fiscal agarrado a sus pantalones (los del abogado), ya que el fiscal seguía exigiendo su derecho a usar la escafandra. Sin ni siquiera soltar el revólver, el juez se desnudó y apiló su ropa en el centro de la sala, la roció con el contenido de su petaca y arrojó una cerilla, con propósitos clara y sanamente desinfectantes. El cuerpo de Santiago Moreno yacía a unos metros de la hoguera mientras el juez salía a la calle rascándose las pelotillas y ordenando el cierre del edificio para su inmediata demolición. El cuerpo aún con vida de Jacobo Albino se encontró seis horas más tarde en una de las orillas del Llobregat. Se ha cortado el suministro de agua en toda Cataluña, dado el evidente riesgo de contagio. Desgraciadamente, Albino se recupera en el Hospital Veterinario de Barcelona. Una vez recupere la entereza gracias al dinero de mis impuestos, cumplirá una condena de siete años barriendo escaleras y redactando los editoriales de Libertad Digital, si es que aún existe, que hace mucho que no se oye nada de ellos. Igual se han cansado de decir tonterías.