Jaime, 29 de mayo de 2009, 10:08:23 CEST

Épica


El partido comenzó igualado, con la línea defensiva de ambos equipos muy adelantada. A pesar de esta igualdad inicial, los locales dejaron descubiertos los flancos y así sus contrincantes pudieron atacar con comodidad, llegando a disparar un par de cañonazos que cerca estuvieron de llevarles a la victoria. Fue entonces cuando el equipo local decidió redoblar los esfuerzos en artillería y enviar además sus cazas a efectuar ataques rápidos en puertos y aeropuertos. El equipo visitante pudo contrarrestar estos ataques gracias a la efectividad de sus centrales y reagrupó el grueso de sus tropas en la península itálica. El objetivo era que la infantería entrara a campo descubierto gritando mucho para que no se oyera el ruido de los aviones que venían por otro lado y que bombardearían escuelas y hospitales muajajá. Fue entonces cuando el general Von Graffodämmerungringentropp dio el discurso que le daría fama y que concluiría con la famosa frase: "Hay que jugar al toque y apuntar a las rodillas". Los jugadores demostraron una concentración hasta entonces inexistente y consiguieron meterse de lleno en el conflicto, confiando por primera vez en una victoria final. Diciembre de 1890. Fue cuando comenzó una guerra de desgaste en el centro de Europa que arrasaría Moldavia, Eslovenia, Mónaco y la República Checa. En las trincheras, los soldados disparaban casi a ciegas, con barro hasta en las cejas y sin saber muy bien si esos ruidos que oían y esas sombras que vislumbraban, eran del enemigo, de sus aliados o del motorista que les traía las pizzas. John, interior zurdo, sacó la foto de su prometida, que le esperaba en Omaha. Él todavía no lo sabía, ya que Doris no le había dicho nada para no preocuparle, pero la noche antes de irse, su novia había quedado embarazada. Llevaba dos meses en el partido, pero aún no había podido intervenir. Igual esto es la guerra, se decía, pero no he matado a nadie ni he metido ningún gol. Llevaba todo ese tiempo intentando acostumbrarse a la humedad constante, a ese rancho que cada día parecía el mismo, a ese miedo que llenaba todos los rincones y que apenas podía calmar encendiendo algún que otro cigarrillo a media noche cuando le tocaba guardia. La luz del pitillo le sirvió al equipo rival para localizar la trinchera enemiga. El obús cayó justo a los pies de John, que apenas si pudo pensar: "Mierda, la copa se nos escapa", justo antes de que estallara y repartiera trocitos de John en varios kilómetros a la redonda. Su amigo de la infancia Robert consiguió rescatar la oreja izquierda, que a día de hoy aún lleva colgada John Jr. del cuello, a pesar de las quejas acerca de "lo mal que huele esa cosa repugnante, ¿quieres hacer el favor de tirarla y me da exactamente igual lo que sea, como si es el puto pito de Stalin?". En una de estas ironías del destino, John Jr. es sordo. Aunque también se pudo dedicar al fútbol. Actualmente milita en un equipo de segunda, aunque está estudiando en la academia para ser oficial.


 
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