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abril |
Las ventajas de la ciudad
En esta sociedad en la que prima la angustia existencial y la búsqueda del sentido de la vida por encima de las cosas fáciles y mundanas, mucha gente podría tomar nota del ejemplo de Sergio Romero. Después de doce años aislado en una ermita, reflexionando acerca de lo frágil que es el ser humano y sobre la posibilidad de la trascendencia del yo en un mundo aparentemente material, Romero decidió refugiarse en la comodidad y seguridad de un bufete de abogados. "Imagine --explica--, años abrumado por la eternidad y ahora tan tranquilo, con mis contratitos y mis fusiones y algún que otro accidente de tráfico". Romero ha cambiado por tanto la vida en el campo por la de la ciudad, con lo que ha conseguido una paz interior que no sentía desde su infancia. "Antes tenía que cuidar mi huerto, con todo el trabajo que eso supone. Ahora con un paseíto al supermercado tengo todo lo que quiero… Hace dos años sólo conseguí cultivar zanahorias. Comí zanahorias durante doce meses. Zanahorias, raíces y un par de conejos que cacé a pedradas. Pf. Y ahora lo que quiero. Ayer compré flan y todo". Su experiencia está siendo más que positiva y no duda en recomendársela a todos los ermitaños. "Sé que cuesta dejar la vida de contemplación y meditación, pero claro, el cambio compensa. Uno deja de sentirse insignificante ante la presencia de Dios y accesorio ante la perfección de la madre naturaleza para pasar a ser un tipo importante que lleva corbata y cierra el papeleo de acuerdos millonarios. El otro día me invitaron a comer y todo". No se trata sólo de paz espiritual, Romero disfruta ahora de un afeitado diario, culminado con la aplicación de una crema hidratante, que le está "paliando los estragos de años de curtirme la piel al sol y al frío, sin protección ninguna". También está orgulloso de la elegancia de unos trajes de buen corte, y contento por las ventajas que supone vivir en un pisito del centro de Barcelona, "al ladito del metro: llego al trabajo en diez minutos. Y aquí cerca tengo unos cines y todo. Al principio me molestaba el ruido del tráfico, pero ahora ya hasta me ayuda a dormir. Después de años oyendo lobos y búhos es relajante. Por no hablar de las estrellas. Qué incordio de lucecitas. Parecía el puto Corte Inglés". El ex eremita se estremece al recordar los ataques de los búhos asesinos, que le dejaron cicatrices de picotazos por todo el cuerpo. "Los búhos no son esos animales sabios y despistados que los dibujos animados nos quieren hacer creer --explica--. Son sanguinarios, fieros, astutos, despiadados… Aún me despierto algunas noches gritando y bañado en sudor frío". Romero apenas echa de menos "el contacto íntimo con Dios" que le proporcionaba la meditación trascendental, pero lo cierto es que comienza a sospechar que todo eran alucinaciones debidas al exceso de oxígeno en el aire. El monóxido de carbono le está ayudando a recobrar la cordura, además de un saludable tono grisáceo en el rostro.