Jaime, 30 de octubre de 2008, 7:52:50 CET

Ernest Benach: "Por eso mi coche vuela"


El conserje me abre una de las puertas del coche de Ernest Benach, arrastrando penosamente los tres por dos metros de madera de roble con acabados en acero blindado, oro y rubíes. Subo las escaleras que llevan a la recepción, también llamada hábilmente sala de los espejos, al tener las paredes y el techo cubiertos de, eso, espejos. Me pongo a cotillear y estoy a punto de tirar un jarrón de alguna dinastía china monosilábica, cuando uno de los cocheros me dice que ya puedo pasar al asiento trasero del vehículo. Por mal que suene eso. Ahí me espera Ernest Benach, sentado en su sillón masaje con reposapiés y frente a la televisión de plasma de cincuenta pulgadas. Un rápido vistazo al interior de la sala de estar del coche me permite identificar una antena parabólica, luces de neón en el techo, un terrier, dos pavos reales, la Enciclopedia Británica, una masajista finlandesa (de las que hacen masajes terapéuticos, ojo), unas veinte botellas de vino, dos grapadoras, un despertador del Club Super 3, un violinista, una calculadora solar regalo de la Caixa, un pequeño vestidor con cuatro trajes, seis camisas, doce corbatas y tres pares de zapatos, un jardín zen de dos metros cuadrados y una Fender Jazzmaster negra y blanca.

Lo demás, en Libro de notas. Y lo demás es la mejor parte, ojo.


 
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