diciembre 2024 | ||||||
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abril |
Unas croquetitas y una caña
Jaime Rubio fue conducido ante el juez por haber pedido en un bar "unas croquetitas". Ante las protestas de varios de los clientes y del propio camarero, el acusado sólo acertó a balbucear "¿qué?", en lugar de pedir perdón por siglos de opresión machista. En su alegato, el fiscal explicó que al pedir croquetas, Rubio replicaba el discurso sexista según el cual "los hombres cazan y las mujeres cocinan", cuando todo el mundo sabe que eso es "un estereotipo impuesto como 'normal' por el varón blanco europeo. En realidad, las mujeres jamás han cocinado. Y los hombres tampoco. Porque todo el mundo sabe que los opresores no cocinan". En su erudita disertación, el abogado de la acusación explicó como cierta tribu de la Patagonia no tenía palabra para el concepto "teléfono móvil", curiosidad que fue recibida por el juez con un "hum... interesante... Por eso nunca responden a mis llamadas...". Rubio quiso usar un truco barato, al contratar los servicios de una abogada con la única intención de congraciarse con la prensa. De todas formas, la letrada renunció a la defensa del acusado, explicando que Rubio la había llamado por teléfono, asegurando ser "una mujer demasiado atractiva para prosperar en el mundo de los negocios". La abogada se sintió identificada con ella, en un proceso empático que terminó cuando se conocieron y, al darse dos besos, él le rascó con la barba. "Por eso, señoría --concluyó la abogada--, renuncio a la defensa de la señora Rubio, no sin antes arrancarle un ojo con el tacón de mi zapato", cosa que hizo, arrancando también una ovación de público y juristas. La crítica hizo especial elogio del simbolismo. El acusado tapó el agujero dejado por su ojo usando un sujetador a modo de parche. A pesar de sus intentos por explicar que se trataba de un guiño al feminismo, los alguaciles le agarraron de las orejas y lo lanzaron contra la pared, rompiéndole la nariz. Por machista y por contar chistes malos. Pero malos de ir al infierno. Rubio logró ponerse en pie e intentó solicitar permiso para defenderse a sí mismo. Esta petición fue rechazada por cuestiones de paridad de sexo: si el fiscal era un hombre, no podía ser que el abogado defensor fuera también un hombre. Rubio intentó hacer valer su derecho a ser mujer en una sociedad libre, cosa que fue rebatida por el fiscal con un "muy hábil, pero ¿qué sabes tú de opresión?", a lo que Rubio contestó que la opresión se medía con un obarómetro. El nuevo intento de chascarrillo fue contestado con varios merecidos porrazos a manos de los alguaciles. Dado que la porra es un instrumento claramente fálico y, por tanto, su uso es un insulto a los más de tres mil millones de mujeres, los alguaciles también le propinaron varios golpes con un queso de tetilla. Después de una decena de puntos de sutura y unos pocos vendajes, Rubio pudo sentarse de nuevo en el Lehman Brothers de los acusados (éste es de pensar) y escuchar la sentencia del juez, que le condenó a fregar los platos cada noche durante los siguientes catorce años. La sentencia cayó sobre un mazazo sobre el acusado, que a la salida explicó que hasta entonces los platos se los limpiaba a lametones un gato escapado de una obra. Un mazazo también cayó sobre Rubio como un mazazo, cuando fue agredido por un defensor de los derechos de los animales, soliviantado al escuchar estas últimas declaraciones.