Jaime, 21 de enero de 2008, 11:00:38 CET

Comer bien


Hay que vigilar lo que se come. Sí, sé que esta frase se repite tantas veces que casi ha perdido su significado. Ya no es mucho más que otro tópico de conversación de ascensor: --Buf, hoy hace frío. --Ayer hacía calor. --¿Qué? ¿A cenar? --Sí, una cenita suave, algo de fruta, sin grasas. --Bien hecho, hay que vigilar lo que se come. Pero debería tenerse más en cuenta, ya que es un grandísimo, importantísimo, sensatísimo y otros adjetivos acabados en ísimo consejo. Yo mismo sin ir más lejos --estoy cansado para ir más lejos-- dejé de vigilar mi cena una noche y la maldita se escapó. Se fue corriendo en un desesperado intento por salvar su vida y arruinar la mía. Llegó a abrir la puerta de casa y salir a la calle. La alcancé justo cuando estaba parando un taxi. Encima tuve que discutirme con el taxista. Oiga, que si la cena me ha parado tendré que cobrarle la bajada de bandera. Y yo, pero qué dice, pero qué dice. Hombre, claro, yo ya había bajado la bandera y tengo que justificarlo. O sea, le avisan y usted baja la bandera a trescientos metros, antes no ya de que alguien se suba, sino de tocar el pedal del freno. Hombre, no es eso, pero no se puede parar un taxi por vicio. Y tampoco se puede ir así, con avaricia, bajando la bandera a la que uno se lleva la mano a la oreja. Y la cena, mientras tanto, intentaba escurrirse de debajo de mi brazo. Desde luego, era comida sana. Qué manera de correr. Y en vez de sudar y resoplar, como hacen las personas normales cuando se les escapa el metro, nada, a retorcerse e intentar escaparse otra vez. Al final encima la tuve que tirar. Porque había tocado el suelo y eso. Podría haberse escapado sobre el plato, también, qué poca vista.


 
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