Jaime, 1 de octubre de 2007, 9:05:21 CEST

Violencia


En el edificio en el que vivo… Bueno, en realidad vivo en uno de los pisos… No, en uno de los apartamentos de uno de los pisos de un edificio. Cielos, me he perdido. Vuelvo a empezar: En el edificio en el que vivo estamos inmersos en una guerra terrible que puede acabar con varios muertos, y lo malo es que uno de esos muertos puedo ser yo. El caso es que este verano, después de un par lustros de paz mundial, decidí comprarme una guitarra acústica para trastear algún que otro rato muerto. Bien, pues en estos dos meses se ha mudado una familia, se han fugado dos perros y hay un bebé que tiene que tomar calmantes para dormir. Es curioso esto de la memoria: había olvidado por completo que soy el cuarto peor guitarrista de todos los tiempos. En un claro acto de venganza, el granujiento adolescente del sexto se ha hecho con la guitarra vieja de su padre, añadiendo a la injuria la ofensa de su voz: el muchacho acompaña el rasgueo de las cuerdas de tripa de gato con el graznido de unas cuerdas vocales que aún están haciendo el cambio. Después de un par de noches de insomnio (toca por las tardes, pero por las noches nos atacan a todos las pesadillas), el ex heavy del cuarto ha desempolvado su guitarra eléctrica de noventa euros (incluyendo el amplificador) y ha vuelto a dedicar los sábados por la mañana a repetir una y otra vez los acordes de Smoke in the water. A partir de ahí, las agresiones han ido escalándose: la jubilada del quinto se trae a la coral de su parroquia los martes y jueves; la hermana del granujiento ha formado un grupo de baile y ensayan todos los fines de semana poniendo a Robbie Williams a todo volumen y el otro día vi a la parejita del tercero, la del bebé insomne, descargando una batería. Además, el viejo loco del entresuelo pone cada día más altos sus discos de ópera (en vinilo) y el otro día me pareció que alguien tocaba el Bolero de Ravel con un saxofón. El edificio está justo enfrente de las obras del Ave. Es cuestión de tiempo, de horas quizá, que se hunda. Eso sí, en el ascensor todos sonreímos y hablamos del calor (o del frío) y de los gamberros que rayan las puertas con las llaves, escondiendo a nuestras espaldas las cuerdas nuevas o el libro de Aprenda a tocar el piano como Rachmaninov en diez lecciones fáciles.


 
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