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abril |
Malas noticias
Alfredo Martínez es absolutamente incapaz de dar una mala noticia: "Sólo de pensar en darle un disgusto a alguien --explica--, me tiemblan las piernas y me entran unos sudores que ni le cuento". No se trata de falta de sinceridad: "No me importa decirle a nadie que es un imbécil, si es necesario, pero me resulta imposible decirle que la grúa se le ha llevado el coche". Martínez arrastra esta dolencia desde niño, posiblemente por culpa del trauma que le ocasionó ocultarle a sus padres un suspenso en gimnasia. "Es que comencé a fumar muy joven --aclara-- y así no hay quien corra más de dos minutos". Tuvo éxito y sus padres murieron sin saber el oscuro secreto que escondía su hijo, pero esta situación le provocó unos remordimientos de conciencia incompatibles con su naturaleza generosa, resultando en una incapacidad para comunicar cualquier mala noticia, no necesariamente referida a sí mismo. "Esto me ha traído muchos problemas. Sobre todo porque soy oncólogo y me empeño en asegurarles a mis pacientes que están todos sanísimos como manzanas. Hay gente que me lo echa en cara, sobre todo los egoístas familiares de estos enfermos, pero, pregunto yo, ¿qué hay de su felicidad? Al fin y al cabo, pasan los últimos meses de su vida tranquilos y contentos, en lugar de sufrir y angustiarse, para que un porcentaje cada vez más alto acabe curándose. No sé, igual soy demasiado idealista, pero yo al menos me acuesto sabiendo que todos mis pacientes dejan la consulta sonriendo, mientras que mis colegas les hacen llorar continuamente. Fíjese lo que le digo: yo haría cualquier cosa por la sonrisa de una niña moribunda que ignora su futuro. Cualquier cosa". Su incapacidad para dar malas noticias también le ha traído problemas en casa: su esposa le demandó, al saber por una conocida que había muerto hacía tres años de un infarto. "Que me tenga que enterar de esas cosas por extraños --asegura--... Es que, cada vez que lo pienso". "Me sabía mal decirle que había fallecido --contesta Martínez--. Estaba tan contenta y tan tranquila con sus cosas". La ya oficialmente difunta esposa sigue indignada, a pesar de que fue enterrada hace nueve meses: "Yo es que a este hombre no le entiendo. Me ocultó mi muerte sólo para que siguiera planchándole las camisas. En la oficina ya me decían que se me veía descompuesta, pero yo pensaba que sería un virus o algo que había comido". Alfredo niega que le ocultara su muerte sólo para seguir contando con alguien que le hiciera las labores del hogar, "aunque es verdad que cocinaba muy bien. Simplemente me sabía mal decírselo. Pobre, menudo disgusto. De hecho, a día de hoy aún no he sido capaz de confesarle que en realidad ni siquiera soy su marido y que todo esto es una terrible confusión".