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abril |
Yo fui un bibliotecario incomprendido
Toda esta polémica acerca de si Rosa Regàs no ha trabajado como debía al frente de la Biblioteca Nacional o si sólo la han obligado a irse por ser mujer, me ha recordado mi época como director de la Biblioteca de Catalunya. Sí, se escribe casi igual que en español, pero, para quienes no dominen la lengua de Josep Pla, aclararé que se pronuncia algo diferente: Catalonian Neishional Laibreri. Apenas aguanté dos semanas en el puesto, a pesar de mis impagables (y aún impagados, por cierto) esfuerzos. Evidentemente, me despidieron por racismo: no soportaban ver a un negro con un cargo de responsabilidad. En su defensa, los responsables de mi despido adujeron que yo no era negro, lo cual justamente demostraba su racismo, ya que sólo negaban mi pertenencia a la comunidad negra y no el hecho de que no hubieran tenido ningún inconveniente en despedirme si hubiera sido afroeuropeo. También dijeron que en las dos semanas en las que había ostentado el cargo en cuestión, ni siquiera me había pasado por la biblioteca. Lo cual era cierto, pero ¿qué esperaban? Nadie me dio la dirección. No soy adivino. Sólo me dijeron algo así como nos vemos el lunes, a las once tenemos una reunión de no sé qué. Muy bien, pero ¿dónde, maldito cretino? Y me dijeron, en la sala de juntas, por supuesto. Es decir, yo tuve que pagar las consecuencias de que otra persona no hiciera bien su trabajo. Lamentable. Fue una pena, porque tenía ideas muy buenas para la biblioteca. Quería comprar dos o tres libros al mes: así en un año tendríamos unos cincuenta o sesenta libros más. Está bien pensado, ¿no? Quiero decir, en muchas bibliotecas hay libros viejos y tal, ¿no? Pues mejor ir comprando alguno nuevo de vez en cuando. No sé, el premio Planeta y eso, de los buenos de tapa dura. Que se vea que nos preocupamos por la cultura. También quería poner un par de teles. De las grandes de plasma. Así, si alguien se cansaba de leer, podía distraerse un rato con la Ana Rosa o lo que fuera. Vamos, para modernizar un poco el tema. Y ordenadores con internet. Y una Play Station. Por aquel entonces no había Wii, pero ahora la pondría seguro. No puede ser que sólo haya libros en una biblioteca: nadie quiere ir a un sitio en el que sólo hay libros. Quizás la gente sin amigos y algún que otro pirómano. Ah, también hubiera puesto un bar. Con descuento para las señoritas, que así la cosa está más animada. Es lo que hacen en las discotecas: descuento para ellas, para que así haya más ellas y los ellos vayan detrás babeando. Se llena más la cosa. Así sí que molaría ir a una biblioteca. Hubiera ido hasta yo. Pero no, pretendían que fuera a trabajar a un sitio lleno de polvo, cuya dirección desconocía y donde nos discriminan a los negros. Desde luego, si no me hubieran despedido, hubiera acabado dimitiendo en no más de ocho o nueve años, dependiendo de lo que pudiera haber ahorrado del sueldo.