Jaime, 28 de junio de 2007, 14:53:25 CEST

Por ahí


A: Llego a la barra y mi lado me encuentro a una tía impresionante. Más alta que yo, rubia, ojos azules, un cuerpazo, en fin, parecía la mujer de un futbolista, no sé si me entiendes. B: ¿Y qué le dijiste? A: Que su marido era un manta, que no tenía ni puta idea de tocar el balón y que lo menos que podía hacer era correr un poco, aunque sólo fuera por cumplir. B: La verdad es que con lo que cobran parece mentira que sean tan vagos. A: Una vergüenza. B: No sienten los colores. A: Sólo van a por el dinero. B: Yo los pondría a todos a picar piedra. A: ¿A picar piedra? ¿Para qué? B: Para que supieran lo que es trabajar. A: No, quiero decir que para qué quieres que alguien pique piedra. O sea, que ¿para qué sirve eso? ¿Es necesario romper piedras? B: No sé, en las obras se hará, digo yo. A: ¿Pero se sigue haciendo? B: Yo qué sé. Lo harán con máquinas, igual. A: ¿Pero lo hacen de verdad o sólo es algo de las pelis? B: No me agobies. Es una frase hecha. A: Vale, vale. Sólo es por tener un poco de criterio y de rigor. B: A la mina. Los mandaría a la mina. ¿Te vale así? A: No es tan horrible, trabajar en la mina. Hoy en día no es como en el siglo diecinueve. B: Joder, déjalo. No sé para qué hablo. A: Vale, vale. No te pongas nervioso. B: ¿Y qué te dijo? A: ¿Quién? B: La rubia. A: Algo. No sé, no la entendí. Era extranjera. B: Claro, rubia y alta. Sería sueca, o de por ahí. A: O de por ahí. B: Dicen que a las suecas les gustan los morenos bajitos de ojos oscuros, por aquello del contraste y la variedad. A: ¿Tú crees que eso es verdad? B: Qué coño va a ser verdad. Son suecas, no imbéciles. A: Una vez conocí a una noruega. B: ¿Sí? ¿Y qué? ¿Estaba buena? A: Tenía ciento cincuenta años y nos daba clase de no sé qué en la facultad. B: Ah. A: Un notable, me puso. B: ¿Seguro que era noruega? Yo no distinguiría a una noruega de una danesa, por ejemplo. A: Bueno, noruega o de por ahí. B: O de por ahí.


 
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