Se estrena esta semana en España la versión íntegra de
Apocalypse now, con una hora más de regalo. Y este mismo año se cumplen cien de la publicación de la novela en la que se basó la película:
El corazón de las tinieblas, de John Conrad. Sensacional película, espléndido libro y magnífica adaptación. No se trata, en este caso, de trasladar la acción en el tiempo por capricho (al estilo del horrendo
Hamlet de Kenneth Brannagh) sino de querer hacer una película sobre Vietnam y saber aprovechar todo lo que Conrad ofrecía sobre horror y locura en su texto.
Es curiosa la manía que tienen algunos de decir aquello de "me gustó más el libro que la película" sistemáticamente. Es cierto que hay adaptaciones francamente repugnantes. Pero otras no desmerecen, ni mucho menos, el original. Además de
Apocalypse now, y a modo de ejemplo, se me ocurren
El sueño eterno,
Desayuno con diamantes,
Suspense (basada en
Otra vuelta de tuerca), cualquiera de las adaptaciones de Stanley Kubrick (sí, cualquiera), y me atrevería a decir que también el
Drácula de Coppola. Tanto los textos como las novelas son excelentes.
Y hay filmes de los que incluso se puede decir que mejoran los textos originales, al conseguir rodar buenas películas siguiendo libritos más bien mediocres:
Rebeca,
Psicosis,
Fahrenheit 451,
Blade Runner o
El silencio de los corderos. Reprimo mis ganas de añadir
El padrino, porque, a pesar de que estoy seguro de que es así, no he leído el libro.
Eso sí, parece que es fácil rodar buenas películas a partir de novelas sin muchas pretensiones y una empresa más que difícil crear buen cine a partir de buenos libros. Supongo que si la novela no es buena, el director y el guionista tienen menos remordimientos de conciencia a la hora de hacer suyas las ideas del autor y traducirlas a un lenguaje diferente, obviando lo que no les sea necesario. Y comprendo que para hacerlo tan bien como Francis Ford Coppola y John Milius con
El corazón de las tinieblas, hay que ser valiente y criminal. Renunciar a mucho de lo que hay en esa novela (o en ese cuento, o en esa obra de teatro) para lograr algo que en realidad es diferente. Pero que debería ser, al menos, igual de brillante. La sombra del autor es alargada y no siempre es fácil escapar de ella. Aunque sea imprescindible.