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abril |
Mi viaje a la Meca
Está prohibido ir a La Meca si no eres musulmán. Por este motivo, más de uno se ha hecho pasar por servidor de Alá para visitar esta ciudad sagrada. Como Sir Richard Francis Burton. O como yo mismo. Evidentemente, esta tarea que podría suponer la muerte para los cuatro inútiles de siempre, fue algo sencillo para mí, que domino el árabe, llevo perilla y tengo más que amplios conocimientos sobre la cultura y la religión de la zona. Comencé por ir a la embajada de Irán a pedir un necesario visado. Después de un par de horas, consiguieron convencerme de que no estaba en lugar correcto y accedí a acudir a la embajada de Arabia Saudí, aunque yo siguiera sin acabar de verlo claro. --¿Cuál es el motivo de su visita? --Me preguntó el funcionario de turno. --Soy musulmán y voy a peregrinar a la Meca. El tipo sospechaba, así que me habló en su lengua. --Eso es árabe --dije. Casi añadí algo así como "am malahá am malahá" entre risotadas, pero por suerte me vi interrumpido. --Veo que usted conoce el idioma. Es decir, ha estudiado el Corán en la lengua sagrada. Es decir, usted es musulmán. Tenga su visado y feliz peregrinación. Mi astucia y mis conocimientos habían engañado a ese terrorista en potencia. Con el visado, no tuve problemas para llegar a la capital del país, Riad. Sí que es cierto que unos agentes me retuvieron unas horas en la aduana hasta que pude explicar convincentemente el hecho de que un peregrino, aparte de ir en tejanos, luciera un crucifijo en el cuello. Al final me los gané explicándoles que quería ese fin (una muerte dolorosa) para todos los cristianos. Riad es una ciudad bellísima, llena de rascacielos, hombres con camisas blancas y pecho descubierto, y bultos negros que se mueven y que algunos identifican como mujeres, digo yo que por el olor, porque tampoco es que hablen mucho. El contraste de culturas es ciertamente notorio. Por ejemplo, en los bares resulta ofensivo tomar una Coca-cola. No les gusta que lleves una camiseta con el tío Sam diciendo: "We need you for the U.S. army". Es posible que te miren mal si, por ejemplo, te levantas para ir a buscar tu té a la barra y sueltas algo así como: "Si Mahoma no va a la montaña..." Desde luego, no te aconsejo que te rías cuando te saluden con un "salam aleikum". Y tampoco se te ocurra preguntar si no hay nadie que "hable en cristiano" en ese "desierto de mierda". Cuando salí del hospital (dos costillas rotas y dieciséis puntos en varias partes de la cara, nada serio), ya había aprendido esa poco agradable lección. Decidí alquilar un coche para ir hasta la Meca. Tardé en llegar más de lo esperado porque me despisté y cogí la carretera para no musulmanes. El inconsciente, que me traicionó. Un poco más y me descubro ante las autoridades, con la tontería. Suerte que al menos la gasolina es barata y el rodeo no me dejó en la ruina. Sólo tuve que cavar un hoyo y salió a chorro. En serio. Ya en la Meca, nada más aparcar y poner un pie en el suelo, vi como una turba de histéricos se dirigía hacia mí, gritando y con los ojos encendidos en sangre. Una clara muestra de la habitual intolerancia de los fanáticos musulmanes. Por suerte, unos soldados árabes me sacaron de allí a rastras. Logré hacerme entender mezclando inglés con palabras que yo me inventaba y que sonaban a árabe. Y ellos lograron hacerse entender mezclando inglés con palabras que sí que eran árabes y con algún que otro porrazo extraviado. Al parecer, no podía aparcar donde lo había hecho. Como se ponen los árabes con esto del civismo, pensé. Con poner una multa hubiera bastado, digo yo. En todo caso, que lo sepa todo el mundo: en el patio donde está la Kaaba no podéis aparcar, por mucho que a según qué horas esté vacío. Pasé dos meses en una cárcel de Arabia hasta que las gestiones del embajador español consiguieron que se me conmutara la condena de medio año de prisión por la de pena de muerte. Un error del traductor permitió que se me pusiera en libertad.