Los gemelos suelen venir de dos en dos. Quiero decir que acostumbramos a conocerlos en pareja, aunque no seamos su madre.
Pero, a veces, alguien a quien has conocido de manera, digamos, individual, te dice que tiene un hermano gemelo. A modo de comentario, sin darle importancia. Claro, no la tiene...
Pero en seguida te viene la imagen a la cabeza: ese tipo (o esa muchacha) tiene por ahí un doble dando vueltas; con un tono de voz parecido, la cara algo más alargada o algo más redonda, quizás con algunos quilos más (o algunos menos).
Les han confundido desde niños. Y ellos han aprovechado esas confusiones. Les han vestido igual, cambiando sólo el color de la ropa. Les han visto siempre como a una pareja de hermanos y no como a un hermano y a otro hermano.
Empiezas a preocuparte: sabes que es absurdo, pero te da la impresión de que ahí delante sólo tienes la mitad de una cosa. Una gafa, una tijera, un alicate, un gemelo. Te inquieta el hecho de que un día te los puedas encontrar a los dos por la calle. Paseando cada uno del brazo de su novia. Otras dos hermanas gemelas.
Supongo que es absurdo, pero la imagen de
un gemelo me asusta. Tanto como la idea de asomarme a un espejo y no verme reflejado. ¿Exagero? Quizás. En todo caso y para evitar suspicacias de mellizos vengativos, diré que la culpa es de
Cronenberg. Las reclamaciones, a él.