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Aburrir
Un escritor no puede permitirse el lujo de aburrir. Jamás. Dicen que el aburrimiento puede ser creativo y quizás esto no deje de ser cierto, pero la verdad es que el aburrimiento, sobre todo y ante todo, es aburrido. Por tanto, es importante no aburrir. Aburrir es de mala educación. Y además es aburrido. Es terriblemente monótono. Cuando uno se aburre, bosteza, menea el culo y lee en diagonal. Es fundamental evitar que la gente se aburra leyendo los textos de uno. Por ejemplo, hay que evitar las repeticiones. No se puede ir repitiendo la misma idea. Aunque cambien las palabras, uno aburre si repite el mismo concepto una y otra vez. No es bueno repetirse. Repetirse aburre. Y no está bien eso de aburrir. Es aburrido. Para evitar aburrir a los demás es importante, por ejemplo, no repetirse. Jamás. Nunca. En ningún caso. Nada de repeticiones. No es aconsejable repetirse. Con las excepciones oportunas, mejor si no nos repetimos. Repetirse aburre. Y uno pierde lectores cuando aburre. La mayoría se suicida. La gente se tira por las ventanas, se pega un tiro, se arroja a las vías del tren, se corta las venas con cortauñas y, por tanto, poco a poco. Y todo eso porque se aburre. Sé de gente que incluso prefiere trabajar a aburrirse. Claro que se trata de enfermos. Porque, al fin y al cabo, trabajar es aburrido. Trabajo porque en casa me aburriría, dice alguno. Imbécil. ¿Y no te aburres más en el trabajo? ¿Esa es la vida interior que tienes? ¿La de una patata? Dicho sea con todos mis respetos por las patatas, esos tubérculos tan importantes para la cultura y la civilización, sin los cuales no tendríamos la tortilla de patatas o las patatas fritas. Una palabra curiosa, tubérculo. Suena feo. Por lo del culo al final. Tuber. Culo. Tú ver culo. Eso si hablas como los indios. Tubérculo. Tuberculo. Tubería. Culo. Tubo. Tuvo. Ver. Culo. Culo. Culo... Oh, ¿seguís ahí? Perdón, estaba... er... estaba... Bueno, estaba. Decía que a nadie le gusta aburrirse. A todo el mundo le apetece vivir una vida chisporroteante y excitante. Sin repeticiones. Ni reiteraciones. Ni redundancias. Ni repeticiones. Ni tampoco repeticiones. Ni repecticiones. La excepción: una tribu de la Patagonia, que considera de buena educación aburrirse en presencia de adultos, siempre y cuando uno haya comido antes carne de búfalo, condición que no se da a menudo, ya que la carne de búfalo escasea en la Patagonia por culpa del cambio climático. Y es que el tiempo está loco. Un día tienes frío y el día siguiente, calor. Gracias a la calefacción central y al aire acondicionado conseguimos trampear estas sensaciones contradictorias. De todas formas, el clima siempre está ahí, como valioso recurso para llenar vacíos en conversaciones absurdas con gente a la que sólo le diriges la palabra por pura obligación, al estar, por ejemplo, atrapado en un ascensor o en una reunión de antiguos alumnos, o sea, una de esas cenas ridículas en las que siempre te toca sentarte al lado del tipo soso con gafas que nunca habla con nadie --¡ni siquiera del tiempo!--, y eso cuando tú mismo no eres ese tipo soso con gafas y te das cuenta y gritas y sales corriendo y jamás te vuelven a llamar. Entonces te despiertas y resulta que sólo era una pesadilla: nunca has ido --ni irás-- a una reunión de antiguos alumnos. Entre otras cosas porque tus padres no tenían dinero para pagarte una educación y te pusieron a trabajar a los seis años. ¿De qué estaba hablando? Ah, sí, del aburrimiento. Lo peor del aburrimiento es que es aburrido. Si no fuera por eso, uno podría aburrirse sin temor a aburrirse. Pero no es el caso.