noviembre 2024 | ||||||
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abril |
Exigencias
Eduardo Mendoza dice que "los años enseñan a ser menos exigente con la realidad". Nada más cierto. Yo cada vez espero menos del mundo real. Recuerdo que, cuando era joven, le pedía cierta coherencia, cierta lógica. Que uno no tuviera que trabajar, por ejemplo, o que estuviera prohibido salir de la cama antes de las diez. Pero ya me da lo mismo. El otro día vi a un perro volando. En otros tiempos hubiera entrado en cólera. Pero esto qué es. Dónde iremos a parar. O me hubiera engañado a mí mismo. Qué paloma más grande y más fea y más peluda. Pero simplemente me encogí de hombros. Un perro volador. Y qué. ¿Acaso no hacen helado de chorizo? Pues eso. No se le pueden exigir peras al peral. La realidad lleva muchos años existiendo, casi no duerme. Vieja y cansada, se arrastra sin importarle que los bigotes cambien de lugar, que el zumo de naranja sepa a zumo de melocotón, que las semanas tengan tres jueves y que a veces uno pasee por una calle de Barcelona y al girar la esquina aparezca en Beirut. Eso le pasó a una amiga mía. Dice que el Líbano es precioso y que cuando venga por vacaciones me traerá un cedro para que lo ponga en mi ventana. Porque ahora, por culpa de otro despiste de la realidad, los cedros son enanos y caben en una maceta. En cambio, los cerdos son enormes. Y hay más: las felorinas ya no existen, ni siquiera salen en las enciclopedias. Aunque alguno igual recuerda haber oído hablar de ese animal azul de cuatro o cinco patas, que vivía en el centro de Europa cuando la Tierra era como Dios manda, es decir, plana. No se extinguieron, simplemente la realidad los olvidó. En fin. Tecleo resignado, mientras las letras cambian de sitio y en París un señor se ha comprado una casa en la que no puede entrar porque está a dos mil metros de altura. Va descendiendo a medida que el pobre hombre va pagando la hipoteca. En unos treinta años podrá trepar hasta la puerta por una escalera de bomberos. La culpa es de la realidad, que ahora dice que es normal que esté bien visto deber dinero. A los bancos, claro.