noviembre 2024 | ||||||
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abril |
Contra todo
El anarquista húngaro Viktor Magyari dio un paso radical en su lucha contra la opresión del proletariado en 1891, cuando declaró su oposición la ley de la gravedad. Según Magyari, "la ley de la gravedad nos ata al suelo y nos impide alzar las cabezas obreras con merecido orgullo". Desde entonces, Magyari comenzó a flotar y a nadar por el aire, negándose a caer. El filósofo y activista no negó los inconvenientes que esta situación le traía, sobre todo mientras comía y en el cuarto de baño, pero también sostuvo que su actitud era toda una lección de independencia frente al capitalismo opresor. Al poco tiempo se le unió un puñado de seguidores, que flotaban por las calles de Budapest para escándalo de los burgueses y estupor de las autoridades. Y es que, por mucho que la prensa conservadora bramara contra las actividades del grupo de Magyari, la policía no podía arrestarles al no ser un delito el incumplimiento de la ley de la gravedad. El líder anarquista se enamoró de la única mujer de su reducido séquito volador, Natalia Mádl, a pesar de sus ideas contrarias a la esclavitud que suponía el amor burgués. Mádl le correspondió, aunque también compartía estas ideas. Por desgracia, el anarquista descubrió que era un celoso compulsivo: se dedicaba a vigilar a su compañera y a interrogarla cuando la veía hablando con otro hombre, flotara o no. Incluso la seguía y la observaba, oculto entre las ramas de los árboles más altos de la ciudad. Esta actitud posesiva y obsesiva no sólo le trajo discusiones y disgustos con Natalia, sino también enfrentamientos con el resto del grupo: sus compañeros le recordaban la importancia de la confianza y de la libertad como valores opuestos a la opresión patriarcal burguesa, que anulaba los anhelos de libertad y rebelión del hombre y de la mujer. A pesar de que era consciente de que sus amigos tenían razón y aunque intentó controlar los celos, lo cierto es que su actitud persistió y acabó provocando el flaqueo de las convicciones de Mádl. La pérdida de fe de la joven hizo que una tarde y tras una nueva discusión, obedeciera, quizá por despecho, a la ley de la gravedad. Natalia cayó desde unos siete metros de altura sobre un piano que estaban cargando en un carro, rompiéndose la nuca y muriendo al instante. Magyari, consternado, triste, inseguro, se retiró a la casa que su familia tenía cerca de la frontera con Rumanía. No renunció a su lucha contra la ley del burgués Newton y escribió varios libros sobre sus ideas, contradicciones, sentimientos y proyectos. Sin embargo, sus obras jamás se publicaron. Nadie fue capaz de descifrar aquellas páginas, ya que Magyari --quizá en una huida hacia adelante-- también se declaró en contra de la gramática y la ortografía, "esax lelles hobresoras pemsamíêto livre del, erramientas esas capitalisijtas contra rebolución", según se lee en uno de los pocos fragmentos más o menos inteligibles. Murió en 1937, decepcionado con la revolución rusa, temiendo una guerra mundial que ganarían los australianos y habiendo renunciado a la dictadura del léxico. Sus últimas palabras fueron: "Bruppa fujjj lapki ikiroga". Sus amigos más íntimos acertaron a descifrar la frase: "¿Dónde coño he dejado el mando a distancia?" Esto no hizo más que subrayar su merecida fama de visionario.