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abril |
Acerca del Premio Planeta
Yo también tuve mis más y mis menos con la gente del Premio Planeta. Fui jurado en 1961. Lara quiso contar conmigo para darle cierta pátina de prestigio intelectual al premio en cuestión. Comprensible: por aquella época acababa de publicar una de mis mejores novelas, Dorada y fina lluvia, cuyo título fue censurado por motivos que aún se me escapan. El problema vino cuando insistí en que debía ganar un libro titulado Comercio de carne. Esta novela, firmada con el hábil pseudónimo de Emiaj Oibur, explicaba la tierna y enriquecedora historia de un carnicero que se convierte al vegetarianismo tras enamorarse de una vaca que él cree que habla. El resto del jurado se negó en redondo a admitir siquiera la posibilidad de premiar el libro en cuestión. Por motivos políticos y, sobre todo, comerciales. Un libro tan valiente e innovador difícilmente vendería tanto como quería el señor Lara. Luego encima abrieron la plica de la novela de Oibur y resultó ser mía. Mis compañeros no sólo ninguneaban la calidad de un libro poco menos que excelente, sino que además me acusaban de intentar llevarme el cheque de la editorial. Ridículo. ¿Cómo iba a saber que aquel libro revolucionario en forma y fondo era el mío, si venía firmado con pseudónimo? Además, ya ni recordaba haberlo enviado. No puedo estar en todo. Dimití como jurado, claro, no podía permitir que me acosaran con tanta inquina y tanta insidia. Ganó un tal Torcuato Luca de Tena. Torcuato. Qué valor, poner ese nombre en la portada de un libro. Su padre o era un verdadero cabronazo o se llamaba Torcuato y el cabronazo era el abuelo. En aquella época, por menos te enviaban al garrote vil. Y con razón, qué diablos. Torcuato. En fin. Eran otros tiempos. Como prueba el hecho de que desde entonces han pasado unos cuantos años. Si no hubieran pasado esos años, estaríamos hablando de los mismos tiempos y no de otros. Pero no es el caso. Torcuato. Qué valor.