Ahora todo el mundo quiere ser políticamente incorrecto. Y como siempre que todo el mundo quiere ser algo, el significado de los términos se estira hasta romperse, se diluye hasta que no queda ni rastro.
Cualquier columnista que se precie alardea a la mínima oportunidad de su incorrección política. Ya sea diciendo que Gibraltar es español o que es inglés, que la inmigración es peligrosa o que es necesaria, que habría que acabar con ETA a tiros o dialogando. Da igual lo que se diga y no importa que el nivel de provocación tienda a cero. Porque en definitiva no se trata más que de (intentar) provocar, acompañando cualquier tímida tentativa en este sentido con la apostilla "ya sé que sonará políticamente incorrecto".
En definitiva, todos quieren ir a contracorriente. Y al final, claro, nadie se mueve de donde está.
Peor aún es el caso de quienes aprovechan esta mala fama de la corrección política para soltar animaladas. Porque los hay que se consideran inteligentes y rompedores por atacar, por ejemplo,
a los homosexuales. Y peor que ser políticamente correcto es ser un bruto y un ignorante.
No seré yo quien defienda las exageradas memeces de lo p.c. Pero es necesario recordar que sus intenciones son más que razonables. Aunque obviamente, y por ejemplo, la discriminación nunca será positiva: yo no tengo la culpa de las desigualdades provocadas por otros hombres europeos y blancos.
Y tampoco está de más recordar que adjetivos como negro y moro no tienen por qué ser peyorativos. Es obvio que lo importante no son las palabras, sino lo que se haga con ellas.
Por no hablar de tonterías como intentar ningunear a Shakespeare por ser, cómo no, un hombre blanco y europeo, que además descarga sus iras racistas sobre el moro Otelo y el judío Shylock. Y eso a pesar de que es éste último quien dice aquellas frases de "if you prick us, do we not bleed? If you tickle us, do we not laugh? If you poison us, do we not die?"
Igual toda esta tontería sobra y basta con ser correcto. Sin adverbios. Y la corrección, cómo no, puede incluir la provocación. Pero no la estupidez.