No es broma, lo juro. Está en el andén del metro, parada Universitat. Al lado de la máquina de refrescos y de la de aperitivos (o sea, cochinadas): una máquina expendedora de libros.
Es una expendedora clásica, normal, vulgar: metes las monedas, le das al número que tenga el libro y la máquina lo deja caer. Para evitar páginas dobladas y arrugadas, los libros, de la colección de bolsillo
Punto de lectura, están plastificados. De la docena de títulos que había, la mayoría eran bestsellers tipo
Memorias de una geisha, aunque también estaban por ahí
La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa, y
Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
Resumiendo:
venden libros en el metro. Es decir, a pesar de las encuestas y de algunos columnistas de diario, hay gente que lee y que compra novelas, ensayos y poesía. Y de este modo, es tan fácil y tan normal comprar un libro como una lata de Coca-cola. Sólo hay que subir al metro y tener monedas a mano.
Igual la aportación a la cultura que hace el libro es mayor que la de la lata -siempre que no venga firmado por Lucía Etxeberría, por ejemplo-, pero me parece simplemente fantástico que alguien pueda decir "hoy me he comprado un par de libros" y que en lugar de mirarle
raro -ya sea admirando a ese gran lector o riéndose de esa rata de biblioteca- uno pueda contestar "y yo unos caramelos de menta, ¿quieres?"