Jaime, 4 de febrero de 2005, 10:19:43 CET

Fragmento de un memorial sobre el fin del mundo, firmado por fray Javier Salvador, en el año de Nuestro Señor de 2057


Comenzó con un desprendimiento de tierras, el cual achacóse a la actividad de una tuneladora. Provocó el tal desprendimiento que viniese a dar con el suelo un edificio, sin sus personas, pero sí con sus enseres y piedras. No se dio importancia al hecho en cuestión aunque hay que decir que desconocíase que en el tal edificio vivía el Doctor Don Matías Torres de Villadiego, reputado, ahora ya sí, astrólogo, cuyos no bien oídos pronósticos habían dejado establecido paso por paso lo que después iría ocurriendo, para pasmo de incrédulos y mentecatos. Fue el caso que la población de lo que antes era Barcelona entró en ira con las autoridades locales y regionales por algo que en realidad éstas no podían prever, al tratarse de la mano de Dios nuestro Señor y al no haber prestado oídos a las palabras del Doctor Torres. Ni siquiera cuando en Tarragona removióse de nuevo la tierra y cayeron más edificios del Monte Carmelo hicieron las gentes más que enfurecer contra las autoridades y achacarle las culpas a una tuneladora que, bien lo sabe Dios, sólo pasaba por ahí. Más tarde, cuando comenzaron a desplomarse otras construcciones y vínose abajo incluso el Gran Cipote de Barcelona, tampoco hubo más quejas que las habituales contra los políticos y señores técnicos. Y no fue hasta que la Barceloneta y media Gerona hundiéronse en el mar cuando entre ceja y ceja a unas pocas ánimas benditas por la fe se les apareció la idea de que el mundo estuviera tocando a su fin y el Señor cuya sabiduría es infinita hubiera optado por las catalanas tierras para dar aviso de sus intenciones. Poco tardó en confirmarse cuanto aquel puñado de benditos comenzaba a sospechar y bramaba por las calles, advirtiendo de que el fin estaba cerca, a pesar de que los más les tomaban por locos. Y es que el fuego de un volcán que teníase por durmiente en las tierras centrales del principado catalán hizo desaparecer bajo las cenizas la franja de tierra que va entre los Pirineos y el Ebro. Quedaron así incomunicadas las poblaciones del litoral y las ilerdenses, provocando el llanto de no pocas familias. No mucho duró esta situación, al tragarse finalmente las aguas las ciudades de Barcelona, Tarragona y Gerona, dejando que asomara sobre el mar como muestra de la grandeza de Nuestro Señor Jesucristo la cruz de la cima de lo que antes fuera el monte Tibidabo. Fue éste el comienzo de lo que se ha venido en llamar la Época de Tinieblas, que achacaron algunos al terrorismo, otros a internet, los de más allá a los nacionalismos y los de más acá a las bebidas espirituosas. Pocos fueron quienes vieron en estos claros signos la llegada del fin del mundo. Sucedieron por entonces los hechos que sabemos ya todos, y de los que sólo mencionaré algunos, a modo de recordatorio vano y final. Dios sabe que este memorial es innecesario, pero espero que perdone la vanidad a este siervo Suyo, que quiere hacerlo sólo como muestra de su amor por el Hombre y la Mujer, creados el uno a semejanza de Dios y la otra a partir de una costilla del primero. Fue entonces, pues, cuando vinieron los calores sobre Siberia y los fríos sobre Etiopía, cuando la música fue gratis y los ateos hicieron que ardiera en llamas tales como las del infierno la Catedral de Nuestra Señora de París. Fue por aquel entonces también cuando llovieron ranas en Filadelfia, Amazon no entregó veintisiete libros en Alemania y las italianas costas se vieron asediadas por medusas del tamaño de una mula. Sucedió también entonces que el presidente de Canadá marchóse a cohabitar con su loro a Groenlandia y la ínsula de Madagascar navegó por su cuenta y riesgo hasta el Mar Mediterráneo, sobrevolando para pasmo de todos la península de Arabia, que ya por aquel entonces estaba viendo cómo, cual rostro plagado de purulento acné juvenil, sus tierras se llenaban de montañas nevadas. Fue, sobre todo, cuando salió finalmente por televisión el Doctor Don Matías Torres de Villadiego, dando aviso de lo que estaba ocurriendo, para risa y burla de los científicos, así ardan en lo más profundo del infierno por haber conducido tantas almas a la incredulidad y, si Dios en su eterna misericordia no lo evita, a la condenación eterna. Tras de estos y otros sucesos maravillosos y formidables, llegó el fin del mundo en el que vivíamos. Deshinchóse el globo terráqueo y las ánimas fuimos llevadas a un campo de refugiados, donde estamos esperando nuestro turno para el juicio final, por el que han pasado no pocos hombres y mujeres, y que estoy yo esperando, teniendo hora para el viernes a mediodía.


 
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