Jaime, 1 de febrero de 2005, 12:49:56 CET

¿Dónde está ese progreso del que tanto nos hablaban?


Junto con la política y el tiempo, hay otro tema de conversación digno de las peores mesas de las bodas: los coches. Aclaremos algo antes de continuar: yo no sé nada de automóviles, a pesar de que me gusta la Fórmula 1. En lo único en que me fijo es en el diseño. Y en el compact que pueda haber puesto. Eso sí, yo tengo un coche. Un clásico, casi: un Seat Ibiza que este año alcanzará la mayoría de edad. Lo gracioso es que se trata de un Ibiza Junior. Todo un sarcasmo. Imagino que no le faltará mucho para llegar a ser Senior. Al menos, el coche aún tira. Cuando arranca, que en invierno le cuesta. El caso es que, por lo que veo, los coches siguen todos muy atrasados. Los de ahora son más bonitos, más rápidos, más seguros y algo más fáciles de conducir, pero siguen funcionando más o menos igual: con pedales, palancas, un volante y gasolina. Una maquinaria digna de una locomotora a vapor o de un submarino de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de los progresos, faltan botones, pantallas y lucecitas para que podamos considerar al automóvil un utensilio del siglo 21. Gran parte de la culpa es de los conductores. Da igual lo rojillos que seamos: cuando nos subimos a un coche despierta ese facha conservador que llevamos dentro. Aparta de ahí, la carretera es mía, mira por dónde vas, no ves que soy yo yo yo YO YO MALDITA SEA YO quien quiere pasar, so cretino. De hecho, cualquier innovación que haga sentir pérdida de poder a los conductores se rechaza de plano. Y los diseños más o menos vanguardistas sólo se aceptan una vez han pasado de moda. Es más, creo que esto es lo único que explica convincentemente que en Europa sigamos empeñados en conservar el cambio de marcha manual y la tontería ésa del embrague. Todo es cuestión de tiempo, claro, pero en este caso se trata de más tiempo de la cuenta: si los conductores fueran (fuéramos) algo más atrevidos (y no hablo de conducir a doscientos veinte por una comarcal) igual ya tendríamos esos coches voladores que de niños dábamos por hecho que conduciríamos. Gasolina y embragues, qué vigesímico.


 
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