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Cobardes y egoístas
Se acerca Navidad y, con las fiestas, las conversaciones acerca de qué haría cada uno si le tocaran unos milloncejos en la lotería. Me llama especialmente la atención aquello que dicen algunos de que si les tocara el gordo, al día siguiente irían a trabajar. A las nueve de la mañana en la oficina, como un clavo. Bueno, igual algo más tarde, que seguramente habría cena y copichuelas para celebrarlo. Lo curioso es que quienes dicen esto no suelen ser personas que disfruten y se apasionen con lo que hacen durante al menos ocho horas al día. Es más, se trata de gente que pasa más tiempo del debido en el bar, le endosa el trabajo a otro, ve cómo se pudren montañas de papeles sobre su mesa o se inventa enfermedades para no ir a trabajar seis o siete viernes al año y algún que otro lunes. Como es natural y después de oír cómo uno de estos tipos asegura que ni unos cuantos millones de euros podrían evitar que se acercara por la oficina, uno ha de preguntarles por qué. La respuesta es casi siempre la misma: "Hombre, es que en casa me aburriría". Claro, es que en casa tendría que dedicarse algo de tiempo a sí mismo, a su familia, a sus amigos. No podría decir, por ejemplo, que no tiene tiempo para leer esos libros que siempre asegura que hojeará cuando tenga la oportunidad. Tampoco tendría excusa para no irse de viaje, para no limpiar el coche, para ahorrarse la visita a un museo o para no dormir nueve o diez horas diarias. Esto último no es poco importante, ya que eso de "estoy agotado, ayer dormí poco y mal" sirve justamente como excusa para casi todo. Total, que a esta gente ya le va bien ir al trabajo: así se evita tanto trabajar como vivir. Qué mejor que pasar los días en un eterno coma de cortados y correos electrónicos. De estos que se reenvían, claro, no sea que haya que escribir alguna cosa. Y la pena es que estos elementos no van tan desencaminados. Al fin y al cabo, prefieren tomar un café en compañía de tres o cuatro compañeros -personas al fin y al cabo-, que moverse entre papeleo, programación, ladrillos o lo que sea que hagan. También valoran la posibilidad de simular una gripe por teléfono para alargar el fin de semana, o de quedarse dormidos adrede y presentarse en la oficina una horita tarde. Sólo les falta algo más de valentía para atreverse a estar consigo mismos, para aburrirse y disfrutarlo. Entonces sí, si les tocara la lotería, el jefe no les volvía a ver ni en foto. Tampoco hay que olvidar otra manía absurda con respecto al dinero y que tiene su importancia en este tema: la creencia de que sienta mejor gastar lo que uno se ha ganado que lo que a uno le han regalado. Absurdo: no hay por qué sentirse culpable por el hecho de vivir de lo que a uno le ha tocado en la lotería. O de lo que ha heredado de un lejano, solitario y millonario pariente. Y es que al fin y al cabo se le hace un gran favor a la sociedad cuando se vive de rentas. Quien se retira voluntariamente de la vida llamada activa está cediendo su puesto de trabajo a otro que lo necesita. También, por el mero hecho de ir gastando e invirtiendo sabiamente unos millones, se contribuye al incremento del consumo y, por tanto, a la creación de puestos de empleo y de riqueza. Con lo que llegamos a la conclusión de que quien gana la lotería y va a trabajar al día siguiente no es más que un cobarde que no piensa en sí mismo y un egoísta que no piensa en los demás.