enero 2011 | ||||||
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Nociones de aeronáutica
Hay sentencias judiciales que me cuesta entender. Hoy por ejemplo leo que han condenado a un piloto a seis meses de cárcel por llegar tan borracho al aeropuerto que ni siquiera recordaba a dónde tenía que llevar el avión. Nos estamos volviendo locos con esta manía persecutoria hacia los fumadores. Volviendo al tema. Vaya por delante mi solidaridad con el comandante encarcelado. Yo soy absolutamente incapaz de subir a un avión si no estoy completamente borracho. Como para pilotarlo sobrio. Estamos hablando de aparatos que pesan toneladas y vuelan. Es ridículo. Alguno dirá: "No, es que llevan motores". Sí, bueno, pero los coches también tienen motores y no vuelan. A pesar de lo que nos prometieron para el año 2000. ¿Por qué? Porque pesan demasiado. Pura lógica. Está claro: volar va contranatura. Como por ejemplo los matrimonios. ¿Quién diablos quiere casarse? No, en serio. Hablemos sólo de la boda. Miles de euros tirados en un día. En un día muy aburrido. Si hay que ponerse traje, es porque vas a hacer algo odioso, como trabajar. Si a la gente le gustara casarse, lo haría cada año, como mínimo, y luego resulta que casi todo el mundo espera hacerlo sólo una vez en la vida. Aquí noto cierta falta de coherencia. Por eso me parece bien que los homosexuales se casen: ya está bien de privilegios. Y si no pueden tener niños, que los compren, como todas esas parejas que tienen que pagarse una niña china. Porque no las regalan, precisamente. Volviendo al tema otra vez, no era tan grave que el piloto fuera bebido. ¿Contra qué se iba a chocar? ¿Contra una nube? ¿Se iba a equivocar de carril y a ponerse a volar en contra dirección? Aquí hay mucho talibán que nos quiere decir cuándo podemos beber y cuándo no. Y luego a la hora de la verdad ellos hacen cosas peores, como por ejemplo leer las letras de Extremoduro. Pero es que por otro lado no entiendo cómo es posible que alguien sea capaz de subir a un avión sin haber bebido y sin ponerse a gritar "¡VAMOS A MORIR TODOS!" en cuanto el cacharro acelerara por la pista de aterrizaje. Eso hice yo la primera vez que volé. Gritaba y corría pasillo arriba y abajo. Dos azafatas de cincuenta años maquilladas como divorciadas francesas intentaron calmarme y fue entonces cuando descubrí que todo lo que salía por la tele era falso: ¿dónde estaban las azafatas veinteañeras y coquetas, con sus atrevidos escotes? Los atevidos escotes sí que estaban ahí, eso tengo que reconocerlo. Aún recuerdo con un escalofrío esa piel manchada y arrugada por haber tomado demasiado sol. No volví a ver esos escotes avejentados durante años. Hasta que fui por primera vez a Luz de Gas. Por cierto, molaría cerrar todas las puertas de Luz de Gas un sábado por la noche, con toda la gente dentro. Y prenderle fuego al edificio. Y luego para hacer un chiste macabro, tachar con un esprái la palabra "luz" y escribir la palabra "cámara". Vale, eso ha sido de mal gusto. Eh, pero al menos yo no llevo esos vestidos. Eso sí que es de mal gusto. A su edad, señoras... Total, que al ver a esas mujeres que no tenían nada que ver con las azafatas de las películas de los ochenta, caí al suelo en estado de shock. Desperté horas más tarde. En el hangar. Me habían dejado allí, en el suelo del avión. Tuve que sobrevivir tres días gracias a cacahuetes y latas de Coca-cola ridículamente pequeñas. Desde entonces, nunca vuelo sin haberme tomado al menos dos o tres Jameson con cola.