septiembre 2009 | ||||||
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A
Y encima me suelen decir que tengo suerte de haber encontrado un trabajo tan bueno, habiendo estudiado lo que estudié. Que además es lo mío. Justo lo mío. Exacta y precisamente lo mío. Incluso demasiado lo mío. Vale que yo siempre fui de letras. Que se suponía que el mundo de la palabra escrita era, pues eso, lo mío: la lengua, la historia, la literatura, la filosofía. Por eso estudié filología a pesar de que todo el mundo me decía que nunca en la vida encontraría trabajo, porque era lo que me gustaba. Pero sí, hay trabajo. Las letras hacen falta. Son necesarias. Digamos lo obvio: sin letras, la comunicación sería imposible. Y a mí me ha ido bien. Estoy en uno de los departamentos con más negocio de mi empresa. En el departamento A. Literalmente. El A. Fabricamos la vocal A para todos los idiomas del mundo, en sus distintas variantes alfabéticas, tanto escritas como orales. Diré más: he ascendido mucho y muy rápido. Con apenas cuarenta y tres años soy nada menos que el director de A para lenguas indoeuropeas. Viajo a las diferentes delegaciones, tengo coche de empresa y cobro tanto dinero que si quisiera dedicarme a gastarlo, tendría que dejar mi empleo para poder disponer de tiempo suficiente. Además, se trata de la segunda empresa del mundo en fabricación de letras. Y sólo nos ganan porque la compañía cerró hará unos quince años la división de letras para lenguas sino-tibetanas. Pero mi trabajo no me llena. Todo el día con lo mismo. Con una sola vocal. La A. No pocas veces pienso que me gustaría buscar trabajo en una empresa de sintaxis. No sé, encargarme de las subordinadas en alemán, por ejemplo, algo complejo y excitante. Pero no es tan fácil. Mi trabajo puede que sea básico y repetitivo, pero está muy bien considerado. Las empresas de sintaxis, léxico y ortografía dependen de nosotros. Los sueldos aquí son mejores y yo además estoy bien arriba. No es fácil tomar una decisión así. Con algún amigo hemos hablado de montar algo por nuestra cuenta. Pero es difícil dar con una buena idea que podamos vender fácilmente. Hemos pensado en hacer algo en el lenguaje musical, quizás una fábrica de material para partituras (pentagramas, claves, negras, redondas y demás), pero no es fácil: necesitamos tiempo y dinero. Además, no es nuestro campo. Y no es sólo dinero y problemas empresariales. Es la consideración social. No es fácil llegar a donde he llegado. Mi familia y mis amigos no sólo están contentos por mí, sino que esperan que no les defraude, que no me vuelva loco y la rutina me lleve a olvidarme de mis responsabilidades y que por culpa de un sueño egoísta ponga en riesgo todo lo que he conseguido. Porque tengo responsabilidades. Mi mujer, orgullosísima de la casualidad de llamarse Ana. Y mis hijos, a los que insistió en llamar Alba y Àlvar. Sí, ella trabaja, claro, pero no puedo de repente volverme loco y dejarle toda la responsabilidad de mantener a la familia mientras a mí me da por tirar nuestros ahorros por la ventana. En fin. Creo que me quedan muchos años de dirigir la fabricación y distribución de la letra A para lenguas indoeuropeas. Igual hasta me ascienden y me nombran director a nivel mundial. O supervisor de vocales. O llego a ser consejero delegado para todo el alfabeto. Vete a saber. De momento y por imagino que bastante tiempo, lo único que tengo es la A. Una detrás de la otra. A. Aa. A. A. Aaaaa. Tengo mis pequeños consuelos. Por ejemplo, a veces llamo a mi secretaria y le digo cosas como: “Reserve. Dos en punto. Seremos seis. En el mesón de siempre”. O envío mails a mis jefes para decirles: “Los proyectos, perfectos. Hoy vuelo con destino Berlín. Volveré el jueves”. Y me río para mis adentros cada vez que esquivo esa maldita letra que por lo demás ocupa casi todo mi tiempo y mi energía y contra la que apenas me queda alguna que otra rabieta de niño pequeño.