julio 2009 | ||||||
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La caperucita coja
De aquella atolondrada huida de la que le salvó el aguerrido y (no lo olvidemos) armado cazador, le quedó de secuela una cojera. Porque el cazador disparó varias veces y no todos los cartuchos acertaron en el fiero animal. Por supuesto, la caperucita no le echó nada en cara a su salvador: había que actuar deprisa y en todo caso mejor coja que muerta. Al contrario: lamentó que sus ideas poco realistas y la sociedad liberticida en la que se oprimían sus derechos le hubieran impedido ir armada ella misma y acabar antes con la amenaza del lobo, sin poner en peligro a nadie más. Recordemos por tanto la importante lección de este cuento: la inocencia izquierdoide está muy bien para pasear por el bosque, si en el bosque sólo hubiera florecillas y maripositas. Pero el bosque está lleno de lobos y ante los lobos lo único que se puede hacer es disparar. Las armas salvan vidas. Quien con lobos se acuesta, perdigoneado se levanta. Y justamente cada noche cuando se acuesta y cierra los ojos, la caperucita imagina que aquel día llevaba una pistola en el cesto y disparaba al lobo en cuanto se abalanzaba sobre él. Un disparo en el hocico que le hubiera reventado la cara a aquel bicho y le hubiera salvado a ella la vida y la pierna.