noviembre 2004 | ||||||
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Satanás y el Estado laico
Matías Sanlucas explica en su El demonio en tiempos de ateos, que actualmente el diablo pasa desapercibido sin necesidad de disfraz. Es decir, si por ejemplo en el siglo 19 Mefistófeles se vestía de hidalgo con capa y sombrero, actualmente no tiene ni que disimular el olor a azufre. "Lucifer hace su aparición rodeado de humo en las oficinas de cualquier banco o ministerio de hacienda -escribe Sanlucas-, para luego salir a la calle armado con su tridente y luciendo su brillante piel roja, su largo y puntiagudo rabo, y sus pequeños pero fieros cuernecillos". Según Sanlucas, nadie se alarma: "Le toman por un loco disfrazado, por un borracho, o por ambas cosas. Algunos le reconocen, pero guardan el silencioso y debido respeto por las creencias religiosas de los demás". Evidentemente, las ventas de almas se formalizan ante notario. También evidentemente, cada vez se venden menos almas. "En una sociedad laica -explica Sanlucas- el primero que pierde cuota de mercado, si se me permite la expresión, es el demonio, a pesar de lo que pueda parecer. Normal: según las encuestas y por extraño que resulte, hay gente que cree en Dios y no en el diablo, pero ¿cuántos hay dispuestos a creer en Satanás y no en Dios?" Más aún: este declive ha obligado al demonio a emprender obras de caridad y algunos milagros, "todo con tal de que vuelva a nuestra sociedad la fe en Dios y, por tanto, la fe en el diablo". Según Sanlucas, "por lo que se ha podido averiguar, son obra del demonio al menos la curación en 1987 de una niña de Florencia enferma de cáncer y la recuperación hace dos años de un tetrapléjico moscovita".