abril 2004 | ||||||
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Las cosas claras
Unos terroristas iraquíes han secuestrado a tres italianos. La condición que han puesto para no asesinarles es que los romanos se manifiesten exigiendo a su gobierno la retirada de las tropas de Iraq. En este caso, no hay duda: se trata de un chantaje en toda regla. Un chantaje especialmente hipócrita: los terroristas ya saben que la mayoría de los italianos están en contra de esta guerra. Vieron las manifestaciones por televisión, leyeron las encuestas en los diarios. Pero a estos asesinos no les interesan ni Iraq ni los iraquíes. Sólo el golpe de efecto. A pesar de todo esto, si yo estuviera esta tarde en Roma, acudiría a la manifestación. Una cosa es lo que deba hacer un gobierno y otra lo que debamos hacer cada uno de nosotros. Un gobierno no debe ceder a un chantaje. Pero tampoco puede exigirle a nadie que no lo haga: no hay familiar que no pague el rescate en un secuestro. A veces, intentar conciliar las actitudes públicas y las privadas no sólo es casi imposible, sino que además es innecesario. No siempre se puede pedir coherencia. Es más, no siempre es racional pedirla. Lo que es bueno para una sola persona –incluso para cada persona- no tiene por qué serlo para el conjunto de la sociedad. Por ejemplo, yo no creo que nadie deba tomar drogas. Pero creo que es peor prohibirlas. Otro ejemplo: no se le puede exigir a nadie que esté conforme con que el asesino de su hijo pase apenas unos años en la cárcel. Pero tampoco se le puede permitir estrangularle. Por mucho que cada uno de nosotros pudiéramos desear lo mismo en su caso. Además de lo imposible de mantener una coherencia entre lo social y lo privado, nos encontramos con que en realidad no disponemos de unas normas éticas claras. Cada caso es poco más o menos único y no podemos saber cómo enfrentarnos a algo a lo que nunca nos hemos enfrentado. Y las normas generales, aquellas que han extraído lo común de situaciones parecidas, son demasiado generales como para ser útiles. Volviendo al caso de Italia: todos estaremos de acuerdo en que no hay que hacerle daño a nadie, a menos que así se evite un daño mayor. Una inyección puede doler, pero ese pinchazo es sin duda un mal menor y asumible. ¿Pero cómo seguir esta norma en el caso del secuestro de los italianos? ¿Cómo hacemos menos daño? ¿Quedándonos en casa y demostrándoles a los terroristas que somos fuertes, signifique lo que signifique esta palabra? ¿O cediendo al chantaje y saliendo a la calle para que no les peguen un tiro en la nuca? No tengo ni idea. Y desconfío de quien lo tenga claro. Insisto, yo saldría y espero que muchos italianos lo hagan. Y también espero que no estén (estemos) equivocados, porque de eso no estoy nada seguro.