abril 2004 | ||||||
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Buscáis la fama y la fama ya no cuesta
Peter Sloterdijk comenta en uno de los capítulos de Esferas que queremos que hablen de nosotros y ser así famosos de una forma u otra. Además, según el autor, sólo somos receptivos a las alabanzas que trae consigo esta fama y no a los escarnios. Por eso Ulises tiene problemas con las sirenas: porque hablan de él y encima hablan bien. Ulises oye lo que quiere oír, igual que todo el mundo: quienes hablan mal de nosotros son unos envidiosos, les obviamos, dejamos de escucharles. En cambio, con las sirenas sólo nos queda el recurso de dejar que otros nos aten bien fuerte. Y aun así, cuesta. De hecho, los tan manidos quince minutos de fama de Andy Warhol se han convertido en los seis meses de insultos y vejaciones a los que se someten voluntariamente los concursantes de Gran Hermano y programas de la misma clase. La gloria de esta gente consiste en ir de plató en plató escuchando cómo les ponen de chupa de dómine. Y ellos, tan felices. No es por el dinero, es por las sirenas. Entre los gritos de tabernero, ellos escuchan su canto. Por cierto, lo de Gran Hermano enlaza con otra idea acerca de la fama que expone el mismo autor en El desprecio de las masas: los ídolos modernos no son ya estos hombres o mujeres ahistóricos y colosales, sino que son como cualquiera de nosotros. Y los escogemos así porque nos recuerdan que nosotros mismos también podemos tener la misma suerte: podemos ser estrellas. Qué bien, ¿no? Sólo es cosa de tener suerte el día del casting. No se trata únicamente de Gran Hermano. Porque también hay algo de eso cuando, por ejemplo, un frustrado aspirante a escritor coge un best-seller con desprecio y se pregunta cómo pueden haber publicado esa porquería y no su inédita novela. Es decir, puestos a publicar basura, ¿acaso él no tiene también derecho a que le publiquen la suya? ¿Por qué los editores prefieren siempre la basura de los demás?