lunes, 5. abril 2004
Jaime, 5 de abril de 2004, 22:15:12 CEST

Pues no había para tanto


Una vez hecha la visita de rigor a nuestra versión sostenible de Port Aventura, había que subirse al tren de la bruja. Sí, al Trambaix. Que nadie piense que me he convertido de la noche a la mañana en una especie de Robocop. Sigo siendo un cobardica que huye de todo riesgo innecesario. Es decir, de todo riesgo. Así pues, subí al tranvía sólo por una parada, desde la Illa hasta la plaza Francesc Macià. Y nada de horas puntas: a las nueve de la noche. Menos gente, menos tráfico, más seguridad. De todas formas y a pesar de mis temores, al final no fui víctima del vigésimo segundo accidente del Trambaix, el primero con pasajeros. De hecho, el trayecto fue tan aburrido que daban ganas de gritarles a los coches que pasaban por la Diagonal que hicieran el favor de girar a la izquierda. Aunque sólo fuera para darle algo de vidilla al asunto. Los pocos viajeros que estaban desperdigados por el vehículo no mostraban ninguna emoción por disfrutar del innovador tranvía, como hacían nuestros abuelos hace cincuenta años. Simplemente tenían cara de querer llegar pronto a casa. Vamos, como si llevaran toda la vida yendo en Trambaix. Para más inri, el vagón no olía precisamente a nuevo y el suelo estaba lleno de papelitos. Qué rápido se acostumbra uno a todo, de verdad, y qué pronto envejecen las cosas hoy en día. No, si al final el rollo este del Trambaix va a acabar funcionando. Pero por puro aburrimiento.


 
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