Humo (segunda divagación)
Jamás he escuchado a un fumador quejarse porque el tabaco le decore los dientes con manchas marrones y le tiña de amarillo las puntas de los dedos con los que sujeta los cigarros. Es cierto que el tabaco puede provocar males peores, pero, como son a largo plazo, nadie se los cree. En cambio, dientes y dedos no tardan mucho en cambiar de color. Y de una forma que me resulta bastante desagradable.
Yo no fumo y tengo los dientes y los dedos blancos. Pero sí que me rompí una pequeña esquinita del incisivo izquierdo. Casi no se nota, pero me gusta. No pienso repararla. Y en cuanto a los dedos, en el corazón me salió ya de niño un callo por escribir (como a mucha gente, claro) y no es raro que me manche con la tinta de la pluma.
No me importa ninguna de estas cosas: vienen a ser parte de mi imagen. Yo soy el del diente roto y el callo en el dedo. Del mismo modo, igual los dientes manchados y los dedos amarillos no tienen tanta importancia para los fumadores. A lo mejor les recuerdan buenos momentos pasados con el cigarrillo entre los labios. Lo dudo, pero puede que incluso les gusten tanto esos detalles como a mí los míos.