Jaime, 13 de enero de 2003, 0:18:53 CET

Casarse por trabajo


Cuando se habla de la futura boda del príncipe Felipe, muchos apuestan por un matrimonio por amor, que no ha de ser necesariamente con una noble. Es más, se ve como raro y casi insultante que el Parlamento tenga que aprobar este enlace, aunque no se duda de que, llegado el momento, los diputados no pondrán ninguna pega al respecto. En definitiva, la idea más común es que lo de la boda del futuro monarca es algo más bien personal. Sin embargo, creo que estas opiniones son un error. Hoy día el trabajo de los reyes no consiste en hacer algo, sino simplemente en ser. Y en procrear. Su profesión es, sobre todo y justamente, su vida privada: su matrimonio, sus vacaciones en Mallorca, sus herederos repletos de nombres y apellidos. Y, la verdad, no creo que ni Juan Carlos I ni el futuro Felipe VI tengan motivos de queja. Vaya, si no les gusta el trato, ellos siempre pueden abdicar, mientras que a sus súbditos no sólo nos toca soportarles, sino que además nos vemos obligados a pagarles los vicios. Casarse, como decía, es parte de su trabajo. Y, como todos los trabajos, ha de estar sometido a revisión del jefe, que en este caso no es otro que el pueblo que la Constitución reconoce como soberano. Es decir, no sería mala idea, no ya que el Parlamento se tomara en serio la elección de una futura reina, sino incluso que se celebrara un referéndum al respecto. El debate público no sería nada despreciable: ¿Tiene sangre azul? ¿Está demasiado gorda? ¿Demasiado flaca? ¿Sería mejor una española? ¿Se defiende bien con el español? ¿Te has fijado en cómo viste? Algo más divertido, aunque aún menos factible, sería la posibilidad de que nos dieran a escoger entre varias aspirantes. Y así habría enconadas discusiones de barra de bar entre los defensores de la modelo descocada, de la noble feúcha o de la universitaria dominante. Incluso se podría hacer algún concursito, en plan Operación Triunfo o Gran Hermano, que nos permitiese votar desde el móvil. Así, al menos, los republicanos tendríamos la posibilidad de amargarle la vida a un par de monarcas, escogiendo la pareja que consideremos más espeluznante. Al fin y al cabo, si elegimos a los cargos públicos que nos han de representar, no veo por qué no podemos elegir a nuestra reina, sobre todo teniendo en cuenta que nos vemos obligados a aceptar al rey, un tipo cuyo único mérito consiste simplemente en haber nacido. Claro que siempre cabe la posibilidad de que nos demos cuenta de que ese puesto de trabajo no hace ninguna falta y se instaure una república más o menos decente. En tal caso, el príncipe de Asturias se vería obligado a buscar otro empleo. Empleo que además no le faltaría, si es cierto que está tan bien preparado y educado como reza su currículum. Y, entonces sí, que se case con quien quiera, si es que quiere.


 
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