Jaime, 28 de abril de 2004, 11:06:38 CEST

Tomar partido


A menudo, las discusiones políticas parecen discusiones de fútbol. Cada uno tiene su equipo y lo defiende ante los demás. Excusando errores, admitiendo algún pequeño fallo, pero todos viniendo a decir que su equipo es el mejor del mundo y que los infelices que siguen a otros equipos son unos ignorantes que no entienden de deporte. Unos ignorantes que si no están en la cárcel es sólo por la incomprensible permisividad de la democracia. En las discusiones sobre política uno se parapeta en la propaganda que le corresponde y de ahí no se mueve. Tal y como explica Antonio Machado en su Juan de Mairena, lo que ocurre es que no se piensa: "Tomar partido es no sólo renunciar a las razones de vuestros adversarios, sino también a las vuestras; abolir el diálogo, renunciar, en suma, a la razón humana. Si lo miráis despacio, comprenderéis el arduo problema de vuestro porvenir: habéis de retroceder a la barbarie, cargados de razón." A lo que un alumno le contesta que "hay que tomar partido, seguir un estandarte, alistarse bajo una bandera, para pelear. La vida es lucha, antes que diálogo amoroso". No se piensa, sino que se ladra. Es lo que tiene el conmigo o contra mí, los debates parlamentarios -que no tienen mucho de debate-, la vergüenza motivada por decisiones ajenas que olvida la vergüenza ajena que provocaron las decisiones propias. En este estado de cosas, la inconsistencia de las opiniones debería ser considerada una virtud. La incoherencia meditada es más racional que la coherencia de los bramidos. Cambiar de opinión no sólo es un derecho -el primero que le niegan a uno sus enemigos, como decía no recuerdo quién- sino prácticamente un deber.


 
Menéame Envía esta historia a del.icio.us