Jaime, 2 de junio de 2005, 16:18:42 CEST

A largo plazo


Juan Romero, barcelonés que falleció hace veintitrés años, pagó el último plazo de su hipoteca el mes pasado, sólo noventa y cinco años después de abrirla. Romero se considera una persona afortunada: "Pude abrir la hipoteca con tipos bajos y esto me ha permitido pagar unas mensualidades ajustadas, con lo que incluso pude hacer vacaciones dos veranos no consecutivos". María Teresa Martínez, directora de su oficina bancaria, se alegra por el veterano cliente: "Estoy emocionada --asegura--. Mi padre le abrió esa hipoteca y le hubiera encantado ver esto". Pero, claro, no todo han sido facilidades: "Hace unos años me despidieron del trabajo con la excusa de que estaba muerto. Me costó encontrar un empleo nuevo y temí no poder hacer frente a los pagos. Además, mi mujer se desentendió del tema nada más morirse, y me dejó a mí a cargo de todo. Pero no le guardo rencor: fuimos muy felices en aquella casa con dos habitaciones en la que crecieron nuestros hijos y cuyo cuarto de baño realquilamos a tres inmigrantes para ir algo más desahogados". Romero le quita importancia a su noble empeño en liquidar sus deudas: "Lo peor fueron los primeros pagos --explica--: aún no tenía un sueldo decentillo y tuve que hacer muchos esfuerzos. Pero tres o cuatro décadas después ya se ve cómo lo que queda por pagar va bajando. Y eso anima mucho". El barcelonés ha explicado que ahora pedirá un crédito "para poder pagarme un entierro decentito. Creo que en doce o trece años estaré en situación de dejar mis dos empleos y los trapicheos de fin de semana para dedicarme finalmente a descansar".


 
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