martes, 6. octubre 2009
Jaime, 6 de octubre de 2009, 16:35:56 CEST

El sustituto


Apreciados señores: Como ya les he comunicado en dos ocasiones (20/8/2009 y 12/9/2009), considero mi sustitución injusta y no respetuosa ni con el espíritu ni con la letra de la ley. Para empezar, nadie me dio el aviso previo a mi reemplazo. En este aviso se suelen explicar los motivos del cambio y se acostumbra conceder un plazo por lo general de dos meses para introducir modificaciones que puedan revocar esta decisión. Como ya me explicaron en su primera respuesta sé que el aviso no es obligatorio, pero no considero que mi caso haya sido tan escandaloso como para que se hayan visto obligados a esta sustitución fulminante. Además, considero que mi sustituto no está a la altura de las circunstancias, cosa que demostró durante el reemplazo. Para empezar, no tuvo ninguna consideración hacia mí, a pesar de saber que no se trataba de un trago precisamente agradable. Entró en mi piso con sus llaves, dándome un buen susto. Del respingo se me cayó el café encima de la mano, abrasándomela, y del pantalón, dejándomelo perdido. Comprendan que siempre asusta que alguien abra la puerta de casa de uno y se cuele sin más, así que piensen en la impresión que me dio cuando me vi a mí mismo, o mejor dicho, a una copia descafeinada de mí mismo mirándolo todo y especialmente a mí con aire de displicencia. Admito que demostró el empuje y la energía que quizás me falten. Yo, o sea él, lucía un traje algo más caro de los que yo llevo, una corbata algo más chillona y un peinado bastante más engominado. Me dijo sin más que era mi sustituto y que hiciera el favor de lagarme de su vida, o sea de la mía, que tenía cosas que hacer. Permítanme que les diga que no me fío de él, o sea de mí. Sí, será más lanzado y más decidido, todo un tiburón de los negocios, pero se nota su inexperiencia. Al fin y al cabo, acaba de nacer. Piensen que la gomina no se toma en serio al menos desde hace quince años. Eso ya debería darles una pista acerca de sus pocas tablas. Obviamente y después del estupor inicial, le pedí la orden de sustitución y vi que se me cambiaba por él, o sea por mí, por no haber cumplido los objetivos. Por lo que he podido ver en el dossier, a mi edad ya tendría que cobrar el triple, tener una hipoteca en condiciones, una futura ex mujer y un hijo o un perro o al menos un gato. Ahí me permito recordarles que estamos en crisis y los perros no se regalan, señores, no se regalan. Asimismo, ustedes igual no lo saben, pero las futuras ex esposas no son tan fáciles de encontrar. He podido encontrar a alguna que otra señorita casadera, pero en todas las ocasiones se me ha comunicado por parte de la oficina correspondiente que la chica en cuestión no se divorciaría de mí, con lo que seguiría sin cumplir los objetivos. En cuanto a mi sueldo, qué más me gustaría a mí que cobrar el triple, pero resulta muy difícil prosperar en el mundo de la empresa privada cuando uno tiene otros intereses, intereses que ustedes no han tenido en cuenta. Y ahí está mi tercer motivo de queja: si bien no he prosperado como debiera, me permito recordarles que mi vida no se limita --o al menos limitaba-- a mi empleo. Me parece lamentable que sólo hayan tenido en cuenta mi desempeño profesional. Es más, durante mi destierro he conocido a otro de mis sustitutos, el músico fracasado, y sinceramente considero que hubiera sido un Jaime mucho mejor que ese aprendiz de Madoff. Al menos sus intereses van más allá de simplemente ganar dinero: quiere expresar cosas. Aunque cada vez que las expresa con esa guitarra desafinada, los perros de tres kilómetros a la redonda salgan huyendo. Por último, me permito señalar que lamento de forma especial su última carta, en la que explican que mi caso está ya cerrado a más apelaciones y que no contestarán a ninguna otra comunicación mía. Creo que se equivocan de forma exagerada al dejarme aquí y les rogaría que me devolvieran mi vida. Puede que no le estuviera dando el mejor uso y quizás mis promesas de mejorar no fueran del todo creíbles, pero al fin y al cabo era mía. Y sí, ya sé que mi vida era mía siempre y cuando se cumplieran las condiciones contractuales. Pero ustedes ya me entienden.


 
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