martes, 16. septiembre 2008
Jaime, 16 de septiembre de 2008, 11:17:55 CEST

Acerca de la miopía de Guifré el Pilós


Guifré el Pilós, primer conde de Barcelona, ya en sus años de madurez, descansaba en una de las salas de su castillo. Se ajustó las gafas y… Un momento, pensó, ¿qué es lo que me acabo de ajustar? Guifré se sacó las gafas y se las quedó mirando. Eran un modelo con montura de titanio, de estas flexibles y ligeras, con cristales antireflectantes. Se las volvió a poner. Sí, veía mejor. Pero no acababa de entender qué hacía con unas de esas. ¿Cuándo se las había comprado? La respuesta que le vino automáticamente a la cabeza fue en febrero de 2008. Pero, claro, eso no podía ser. Faltaban más de once siglos para que llegara esa fecha absurda. Además, el mundo probablemente acabaría en el año mil, aunque él ya no estaría allí para verlo. En fin. Dado que la mejora en su visión era evidente, decidió ignorar el anacronismo y se sentó a hojear el periódico. Sólo que no sabía qué era un periódico. Supuso que sería aquel montón de hojas de papel que tenía entre las manos. Curioso, porque ni siquiera recordaba saber leer. De todas formas, eso del diario le parecía un buen invento. Traía noticias no sólo de su región, sino del mundo entero, incluidos países y continentes aún no descubiertos. Como América. Sí, se hablaba mucho de China, pero América seguiría mandando porque los american… Notó un mareo. No sabía qué le estaba pasando. Le venían a la cabeza toda clase de ideas absurdas y, lo que era peor, le caían en las manos objetos inverosímiles. ¿Se trataba acaso de un hechizo? ¿Quizás el demonio estaba tentándole de alguna retorcida manera? Le comenzaba a doler la cabeza. Necesitaba una aspirina. Sólo que no sabía exactamente qué era eso. Pero estaba seguro de reconocer una si la veía. Bajó a la cocina, donde su mujer preparaba la cena. Sí, podía resultar machista, pero él ya tenía unos cincuenta años, que para el siglo noveno no estaba mal del todo, y, en fin, no tenía edad para moderneces, que ya tenía bastante con las gafas y el periódico y América y… -Guinilda, cariño, ¿tenemos aspirinas? -Sí, en el segundo cajón. Ambos se quedaron parados un par de segundos: Guinilda, mostrando desconcierto; Guifré, adivinando en la condesa el desconcierto que él llevaba sintiendo desde hacía ya un buen rato. Pero abrió el cajón, cogió la aspirina y, con mano temblorosa agarró un vaso nada menos que de vidrio, abrió un grifo por primera vez en su vida y se tomó el analgésico. -Guinilda. -¿Qué? Guifré quería preguntar la pregunta que Guinilda quería que le preguntara, pero no sabía cómo formularla. -¿Qué hay de cenar? -Pollo con… Er… ¿Tomate? Guifré necesitaba una cerveza, así que abrió la nevera, agarró un botellín, lo abrió y se lo llevó al sofá. Al menos la cerveza que se estaba tragando no era ninguna cosa desconocida. A pesar de los conservantes y toda esa porquería que le echaban a... Se le cayó al suelo. La recogió rápidamente y limpió el charquito con su capa de terciopelo. Bah, esto se irá en la lavadora. La lava... Necesitaba tumbarse. Sí, en el sofá... Pensó que ver la tele un rato igual le distraía, así que la encendió y se puso a hacer záping. -Mira –le gritó a su mujer-, luego echan esa peli de Robert de Niro. -¿Cuál? -Esa en la que hace de mafioso. -Si siempre hace de mafioso. -Ya, pero la que digo es la de la mafia, que se lían a tiros… Bueno, a flechazos, ¿no? Porque no se ha inventado la pistola, todavía, y hay una persecución de coches... -No, a caballo. -A caballo. En el coche. -Déjalo, anda. Vieron la película juntos, a pesar de que ya la habían visto un par de veces antes, y luego se fueron a dormir. Cuando apagó la lámpara de su mesilla, Guifré tuvo como una mala impresión, como si algo raro hubiera pasado o estuviera a punto de pasar. Bah, pensó, será que… Pero no pudo. Acabar la. Será que. Vaya, acababa de recordar que se había dejado el móvil encendido. Bueno, daba lo mismo, tampoco le iban a llamar y tenía suficiente batería.


 
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